Por Aurelio Contreras
Moreno
Rara vez veremos
campañas electorales que se centren en las propuestas. El tono suele darlo el
contraste entre lo que se ha hecho o dejado de hacer, los supuestos logros, los
evidentes fracasos y las omisiones que no se han reflejado en que se finquen
responsabilidades.
Algo así fue lo que se
pudo observar durante el primer debate de las candidaturas presidenciales del
pasado domingo. Pocas propuestas, muchos señalamientos y demasiada tensión en
un formato que se ha vuelto demasiado rígido y que, además, tuvo una pobreza en
materia de producción muy acorde con el sexenio que está en sus últimos días.
Xóchitl Gálvez tenía
todas las de ganar. Iba armada con un arsenal de temas para cuestionar no solo
a Claudia Sheinbaum sino al régimen obradorista en general. Pero no supo
aprovechar lo que tenía –implicación de la madre de la morenista en los Panama
Papers, evidencia incriminatoria por su omisión en el derrumbe del Colegio
Rébsamen, su total responsabilidad en la tragedia de la Línea 12 del Metro- y
los nervios se la comieron, luciendo insegura, incómoda y trastabillante.
Su peor momento fue el
que debería haber sido el mejor: la salida. Se puso a leer su mensaje final y
lo que habría sido un gran gesto, mostrar la bandera que la “4t” suele
secuestrar como si le perteneciera, fue tirado a la basura cuando la mostró al
revés, convirtiéndose en un meme.
No es que Claudia
Sheinbaum lo haya hecho mejor. La candidata oficial fue a salir viva del ejercicio
y se notó que se preparó para mantenerse en un papel, un personaje y hasta en
una postura física, lo que la llevó a evitar responder a cualquier clase de
cuestionamiento.
Quizás el peor momento
de Sheinbaum fue cuando dijo que ya era “demasiado” hablar de mujeres –claro,
porque la política del actual gobierno hacia ellas ha sido vergonzosa y ha
provocado un ascenso en la violencia en su contra- y cuando evadió grotescamente
pronunciarse respecto del aborto, evidenciando que eso de que “es tiempo de
mujeres” solo lo usan para el discurso. Es una escenografía hueca.
El que obtuvo los
mejores dividendos fue el emecista Jorge Álvarez Maynez. Sin nada que perder y
todo que ganar, ganó la “guerra de los memes” con su sonrisa ñoña y su torpe
mensaje en lengua de señas. Pero logró lo que fue a buscar: darse a conocer
ante el electorado que antes del domingo o no tenía ni la más remota idea de
quién es, o sus referencias solo eran sus lamentables desplantes etílicos junto
con su amigo el “junior” gobernador de Nuevo León, Samuel García.
Casi por diseño y
concepto, los debates mediáticos en tiempos de campaña son más bien un
espectáculo, un show en el que a lo que menos se va es, irónicamente, a debatir
ideas, propuestas y visiones de gobierno. Su foco es quién dice la frase más
ingeniosa, quién mantiene el temple ante los ataques y las exhibiciones, quién
se equivoca y quién saca de sus casillas a sus oponentes. Por cierto, con
efectos mínimos en las tendencias electorales.
Pero de debatir lo
verdaderamente importante para el país, poco o nada. Nadie va a realmente a
debatir, por lo que nadie gana lo que ni siquiera intentó hacer.
Aunque sí hay quien pierde:
la ciudadanía, que sigue siendo, al parecer inevitablemente, rehén de las
ambiciones de una clase política que no está a la altura de las circunstancias
de un país herido, coaccionado y violentado, pues no ofrece nada diferente y
mucho menos mejor.
Y esto es lo que hay.
Vileza
Escudarse en la
violencia política de género para evadir los cuestionamientos sobre el
desempeño en la función pública y un estilo de vida que no corresponde con lo
devengado en un encargo gubernamental, es de lo más vil que puede hacerse en un
estado como Veracruz, puntero en feminicidios a nivel nacional en este sexenio.
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