Por Mary Paz Monzón
Hacer
ejercicio es una disciplina que aprendí
con el ejemplo de mi madre, quien por las mañanas acudía a correr a la Unidad
Deportiva Amorós Guiot, la veía trotar por la pista una y otra vez en las
vacaciones. Siempre tuve la impresión de que algunas personas de pantalón largo
al ver a los corredores en pantalones cortos los veían raros, seguramente eran
otros tiempos y ver a una mujer en atuendos deportivos no era común, concluí
que aquellos de pantalón largo tenían ideas muy cortas.
Tiempo
después acudí al mismo escenario a trotar, era una rutina de trote lento en la
unidad deportiva, dando vueltas perdía la cuenta. En mi mente no había
preocupaciones, solía repetir las lecciones mentalmente de mis estudios, era mi
repaso. A cada vuelta descubría el cambio del verde obscuro a un verde claro de
las ramas y el pasto fresco que anunciaba un nuevo día, disfrutaba cada paso
viendo el verde paisaje tratando de
distinguir las tonalidades del verde, el césped, arboles, ramas, arbustos,
flores, los cerros a la lejanía eran descubiertos al avanzar el amanecer, tal
vez por eso, el verde, sea mi color
favorito.
Al
regresar a casa me sentía ligera, cuando debí sentir fatiga, nunca lo pude
entender, es un misterio. Eran tiempos donde en las calles de mi pueblo los
marchantes saludaban. ¡Buenos días!
Hoy
las cosas deben estar mal, porque el transeúnte anda sonámbulo, no habla, se
encierra en rutinaria vida, se tapa los oídos con audífonos para no escuchar su
corazón, con mascaras de rostros hoscos que alejan a cualquier que ose invadir
su espacio, detienen los músculos de su cara con el vacio de su soledad para
evitar un gesto amable.
Todo
esto pensé la mañana del domingo pasado cuando casi sin entrenar me atreví a
participar en la carrera 5K de Coatepec. Recordé a mi madre y su voluntad
inquebrantable, su tenacidad por alcanzar sus metas, cuando mis piernas pesaban
más de una tonelada en la subida, paré, recargué mis manos sobre las rodillas,
alcé la vista… la calle no tenía fin, empezaron a rebasarme uno, otra y otra más,
moví la cabeza negativamente, no alcancé a pensar nada, hasta que escuché un
grito: ¡Vamos Mary Paz, tú puedes!
En ese
instante desperté de mis pensamientos nocivos, esos que te hacen rendirte y
renunciar. Tomé fuerzas de no sé dónde y
ahí voy otra vez.
A cada
paso fui redescubriendo las calles, esas que a diario camino desde hace ya…para
qué contar los años…una puerta, dos ventanas, otro grito ¡Síguele amiga!, no
podía parar de correr, mejor dicho, de trotar, esa fue por pena.
Más
adelante, una vecina mas se unió al coro de aliento, el domingo en las calles
de mi Coatepec.
Ya en
Jiménez del Campillo, eran aplausos los que alentaban el paso de los
corredores. Después fueron mis hijos, recordé a mi madre nuevamente, el trío
gritaba sin cesar: ¡mi mamá, mi mamá!
En ese
momento por arte de magia, mi actitud cambio después de probar el agua salada
que corría por mi rostro, se esfumó la fatiga, apareció la sonrisa a mi paso
como las tonalidades únicas de Coatepec al nacer el día. Debía terminar lo que
inicié, para que mis hijos me vieran cruzar la meta como ellos lo harían
después en la carrera infantil.
No
importó la basura al paso, ni la caca de perros en las calles frenaron el
aliento de la gente y mis recuerdos fueron la magia que hizo posible correr la
5k como muchos otros paisanos que hicieron del domingo un día de fiesta.
- Publicada
en agosto de 2013, El Regional Coatepec