Martín Quitano Martínez
La
intolerancia es en sí misma una forma de violencia
y un obstáculo para el crecimiento de un
verdadero espíritu democrático.
Mahatma
Gandhi
En una
disputa democrática se reconoce como normal la confronta de ideas, de proyectos
respecto de las visiones de gobierno, se establecen discusiones no necesariamente
tersas que avalan el reconocimiento de las perspectivas distintas, lo que obliga
a la argumentación y la exposición clara de lo que se piensa y como se quiere
lograr, es decir, la concreción de las propuestas.
Para
que lo anterior transcurra como parte de la normalidad democrática, la
discusión política, por muy acre que sea, debe desarrollarse en el marco de la
tolerancia, esto es que, la discusión consustancial a la vida democrática debe suceder
en apego a las reglas establecidas.
Esa
discusión democrática es deseable en tanto que plantea las diferencias ideológicas
o programáticas y las prioridades asignadas a cada asunto. En ningún caso esa
discusión debe tener el propósito de atacar y desaparecer al adversario, sino únicamente
confrontarlo en la crítica de sus propuestas y promoción de las propias. La lógica
democrática establece un avance civilizatorio en sí mismo para que los que
piensan distinto tengan acceso a las representaciones y los poderes.
Nos
encontramos en un punto político en el que el “deber ser” es menospreciado u
omitido, en que las reglas y normas pactadas para los procesos electorales son
parte del pasado, donde los que piensan distinto no son adversarios sino
enemigos y como tal se les trata desde el poder. Ahora, la discusión política y
pública que predomina es la que polariza, promoviendo la pugna de dos extremos
irreconciliables, fanáticos de sus identidades y preocupantemente intolerantes.
Según
datos del Latinobarómetro 2023, sobreviven y resisten aún los andamiajes de una
conciencia democrática en México, pero avanza el agotamiento respecto de una
democracia con pendientes, que pierde razones en medio de las crisis que cuestionan
la capacidad para dar respuestas positivas ante nuestros problemas. Avanza la
incredulidad para que en ella se den soluciones y con ello se abre paso al tufo
autoritario, a la desconfianza hacia las instituciones y al peligroso predominio
del discurso reduccionista de suma cero, el de la patria y la anti patria.
Nuestro
debate nacional está marcado por la intolerancia que descalifica, por la voz dominante
que reclama airadamente ser la voluntad viva del pueblo. Nadie más puede
representarlo pues es quien posee la verdad única. Quien lo ponga en duda es
malo, es enemigo de la nación y del pueblo y representan intereses malévolos,
oscuros.
Después
de cinco años de soportar un discurso cotidiano, dominante y avasallador contra
el distinto, contra el desobediente, nuestra sociedad mexicana resiste como un
conjunto de ciudadanos plural y diverso, forjado en años de luchas democráticas,
que aún con sus pendientes, cuenta con organizaciones sociales y grupos que pueden
sobreponerse a los diversos dogmas, sean del lado que sean.
Ciudadanos
que reclaman asumir la democracia y garantizar la vigencia de reglas y
procedimientos como el mejor camino para elegir entre las distintas visiones, sopesando
las coincidencias básicas, porque ha quedado claro que no es posible enfrentar
solos y desde la exclusión de quienes piensen distinto, los enormes problemas
que tenemos como país. Porque sin el concurso de todos y sin convocatorias
claras para incorporar soluciones, sus fatales consecuencias siempre se impondrán.
DE LA
BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Ojalá
que los alcaldes veracruzanos hayan sopesado en todas sus consecuencias su
oposición a la decisión judicial sobre la prisión preventiva.
twitter: @mquim1962