Ante el asombro de su amada, para quien resulta inevitable
preguntar por qué alguien que toca el violín «como los ángeles»
prefiere estar al fondo de la orquesta, Vladimir Popoff contesta, sin un ápice
de duda: «Estoy donde tengo que estar».
El ruso, alguna vez la mayor promesa mundial del violín, ha optado por lo
básico, por «mantenerse sencillo», guarecido en el ritmo y el bajo
perfil de los timbales en un ensamble menor del Tercer Mundo. Algo que Laura,
la mujer que en la intimidad ha atestiguado las prodigiosas dotes musicales de
aquel «eslavo imperturbable», parece incapaz de comprender.
El enigma de esa renuncia, de por qué Popoff da un paso atrás
y decide volverse un hombre ordinario, lejos de los aplausos y las adulaciones
-con la singular sabiduría zen que ello entraña-, se desenvuelve a lo largo de
las páginas de Profetas menores, la más reciente novela del
escritor y filósofo Gabriel Schutz (Montevideo, 1973).
«En esa dolorosa renuncia, porque no es fácil para él soltar ese pasado de
gloria, alcanza en cierto modo la imperturbabilidad del alma», expresa en
entrevista el uruguayo radicado en México hace cerca de 19 años.
«Pero además genera un efecto muy curioso en la orquesta (el ‘efecto
Popoff’), que se ve indirectamente beneficiada», continúa el autor.
«Genera que los demás puedan, a través de la intermediación del director
-el más contagiado de todos-, parir una versión musical y humana mejor de cada
uno de ellos».
El sexto libro de Schutz, resultado de seis años de intensa escritura, y
lanzado en una cuidada edición por el sello independiente Nieve de Chamoy -que
dirige Mónica Braun-, es un relato muy musical con un registro polifónico,
donde se conjugan sensualidad, destellos de ficción náutica, aprecio por la
cultura rusa y filosofía.
Escrita con una intención estilística y formal importante -bajo la inspiración
de un título como Madame Bovary, de Gustave Flaubert-, Profetas menores es,
ante todo, una novela existencial en la que subyacen tanto el camino del héroe
descrito por Joseph Campbell como las tradiciones antiguas de las que Schutz es
practicante: budismo y estoicismo, por dar un ejemplo.
Una obra que surge de, entre otras motivaciones, un doloroso episodio
autobiográfico que le hizo sentirse emparentado con el relato bíblico de Jonás,
el profeta rebelde que rehúsa el llamado de Dios. Lo cual, básicamente,
constituye el leitmotiv de la novela; una especie de
«jonasiada».
«Incluso la venida a México, no fue por eso, pero de algún modo yo sentí
que estaba lejos de donde tenía que estar. Con el tiempo eso se elaboró y hoy
día no lo creo así.
«Pero, de algún modo, hubo un momento donde yo sentí que estaba huyendo de
mi destino, y entonces me resonaba mucho ese mito de Jonás, que tiene ahí un
obvio paralelismo con el arco del personaje», refrenda el uruguayo.
Después, en un sentido muy clásico, vendrá el arquetípico regreso de Popoff a
casa; «no necesariamente a Rusia», subraya el autor.
«A casa en un sentido más general, más alegórico. Su casa es estar en paz,
es volver a ese estado natural de serenidad espiritual. También su casa es la
mujer con la que va a desarrollar una relación de amor».
La extranjería, con esa incapacidad de sentirse perfectamente integrado a un
lugar; la renuencia a pertenecer a instituciones, cual anarquista ilustrado, y
hasta algunos de los encuentros eróticos -«los más amorosos», dice
Schutz-, son parte de lo que el autor ha proyectado sobre ese alter ego que
protagoniza su libro.
Pero, sobre todo, comparten el mismo koan, la gran pregunta que se
trabaja en el budismo zen, que en este caso es: «¿Qué sostiene
todo?», tal como se cuestiona Popoff en esta novela donde lo central se juega
en un entramado existencial entre las ilusiones que perseguimos y las
expectativas que se depositan en nosotros, convirtiéndose en limitaciones.
«Eso es lo que, de algún modo, lo encamina a darse cuenta de los álguienes
atrapados en su ‘alguienidad’; que solidificarse en una identidad cerrada trae
sufrimiento, que es básicamente también lo que dice el budismo en general.
«Entonces, es un hombre que escoge ser nadie; pero en su ser nadie es el
universo entero, el cosmos. Ésa es la búsqueda, y es profundamente budista todo
eso», remarca Schutz. «Sólo que, claro, mi afán con esta novela era
que aquel que no sabe nada de budismo ni de filosofía pudiera disfrutarla sin
perderse de nada».
LA AVENTURA HUMANA DE LA LIBERTAD
Con toda su vida consistiendo en encontrar la respuesta a esa única pregunta,
Popoff confiesa que cada vez que se ha interpuesto alguna falsa ilusión, algún
falso soporte, se ha visto en la necesidad de «tirar el espectro al
agua».
«Todo hombre está en poder de su espectro / hasta que llega esa hora / en
que su humanidad despierta / y arroja el espectro al lago», enuncia el
protagonista citando las palabras de William Blake.
Así, de forma casi inexcusable, la más reciente novela de Schutz, un examen de
la vida adormecida y de la vida atormentada, pone al lector frente a esta faena
existencial: «¿Cómo tirar el espectro al lago?».
«La novela es, quizá, la expresión exacta de esa búsqueda. ¿Cómo hacerlo?
No hay recetas. Pero creo que la aventura humana es exactamente ésa:
despojarnos de aquellos condicionamientos que nos limitan, para tocar otra vez
esa naturaleza primordial que es gozosa, curiosa, que está totalmente abierta,
que no está condicionada por roles, papeles, traumas. Y esa es la libertad.
«Al final, la novela, si tuviera que resumirla en un concepto fundamental,
de lo que habla es de la libertad, de la libertad de la mente incondicionada,
la libertad primera y última», prosigue el uruguayo. «Cada quien
tiene que habérselas con eso, es ineludible y es lo que le da sentido a la
vida».
‘SIN MÚSICA, LA VIDA SERÍA INTOLERABLE’
Schutz se considera a sí mismo un músico frustrado. No sabe leer música, y
alguna vez compró una guitarra que nunca aprendió a tocar. Ahora, en la
pandemia, decidió probar con dos cuerdas menos, y se hizo de un ukulele. Pero
nada.
A pesar de ello, el escritor y filósofo lanzó una novela, Profetas menores,
con descripciones sobre las atmósferas alrededor de una orquesta, el arte de la
interpretación y hasta la propia vida de los instrumentos, que a ojos de los
lectores bien podría haber sido escrita por un músico, un compositor o un
teórico musical.
En alguna presentación, la lectura especializada incluso especularía si el
libro se parece a tal o cual sinfonía de Gustav Mahler, algo que ha tomado al
autor por franca sorpresa, aunque quizá no del todo, pues la estructura musical
con que está escrito es un gesto deliberado por parte de quien, con un
portentoso despliegue narrativo, ha urdido cuidadosamente su composición.
«Evidentemente, amo la música. Y creo, como Friedrich Nietzsche, que sin
música la vida sería bastante intolerable», comparte Schutz, quien a
través de sus personajes sentencia que «la música puede hacer mejores a
los seres humanos».
Entre la materia prima que ha dotado de sustancia y realismo a la novela está
el asesoramiento con un buen amigo chelista, la lectura de títulos sobre crítica
musical, la propia OFUNAM como modelo, y hasta un viaje a la Sala Tchaikovsky,
en Moscú.
Sin embargo, el autor reconoce también el papel de la invención: «‘Los
novelistas somos bastante hábiles para mentir’, decía Onetti, mi paisano»,
refiere.
«La imaginación muchas veces suple la ignorancia. O sea, hay piezas
musicales que no sólo no existen sino que los recursos musicales que se invocan
son completamente imaginarios. Como esta idea de que un tipo tomó el recurso
pictórico sfumato, del Renacimiento, para imitarlo en música. Eso
es un invento.
«O como este capítulo donde aparece un compositor que dice que los músicos
se deben dejar morir en medio del concierto, y entonces inventa una especie de
nomenclatura llamada in agonia. Todo eso es invento. La imaginación
suple un poco la ignorancia en alguien que no es músico», reitera, y sobra
decir que los apellidos de algunos de los compositores figurados son tomados de
futbolistas, detalle inmediatamente descifrado por los lectores.
Aunado a esto, Schutz precisa que la noción de la música que aparece en la
novela es un tanto metafísica también, como algo que es casi la materia última
de la que está hecha el cosmos, o la armonía de las esferas, al sazón de las
ideas pitagóricas.
Y también ha echado mano de su paso por un coro amateur en Coyoacán, con la
experiencia -acaso un tanto más simple- de preparar una pieza y percibir la
armonía grupal. De ahí ha salido, por ejemplo, la inspiración para Landau, el
director colérico incorregible de su libro, quien está basado en el director de
dicho grupo.
«Es un buen cuate, pero se volvía loquísimo. Nos regañaba de un modo como
si fuéramos profesionales. Hay anécdotas que están basadas en él.
«Por ejemplo, en un concierto que íbamos a dar creo que en Tepoztlán,
habíamos ensayado tantas horas que yo estaba afónico, totalmente. Y fui y le
pregunté qué me recomendaba, pensando que me iba a dar uno de estos tips de
leche tibia con miel. Me dijo: ‘Reza’. Así: ‘reza’. Y esa anécdota está en la
novela».
Pero cuando el coro cantaba bien, subraya Schutz, «te dejaba en un estado
psicotrópico; te ponía, como una droga». Y ésa es una idea también
presente en su obra: que la música logra ponerte en estados afectivos muy
peculiares y que es un medio de transporte; un entusiasmo, en el sentido
antiguo: en-theos, llevar un dios dentro.
Finalmente, es imposible no mencionar el aprecio del uruguayo por la orquesta
sinfónica como una de las pocas instituciones donde los seres humanos «se
juntan para hacer algo hermoso».
«Un partido político no puede exclamar eso. No pueden decir: ‘Nos vamos a
juntar para hacer el bien público’. O lo pueden decir, pero nadie lo
cree», diría Schutz, desatando risas, durante una presentación de la
novela en el Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde
es profesor.
«Es como la dimensión más política de la novela», añade a REFORMA.
«Es una versión un poco pesimista y muy anarquista también. Finalmente, el
personaje (Popoff) creo que es un anarquista ilustrado, como eran los estoicos;
es decir, que confían en el gobierno de sí, en que todos tenemos la posibilidad
de gobernarnos, y que si todos supiéramos gobernarnos adecuadamente y tocar esa
fibra última que finalmente es el amor, quizá, no habría necesidad de
instituciones».
Profetas menores se puede conseguir tanto en librerías de la UNAM,
como la Jaime García Terrés y la Henrique González Casanova, como en las
independientes Bonilla, del Ermitaño y Marabunta, además de El Péndulo o El
Sótano, así como en formato digital en Amazon.