La palmera de Paseo de la Reforma, retirada el pasado abril
tras un siglo de permanecer en el sitio, no solo fue emblema de la Ciudad de
México, sino que también fue distintivo de la obra plástica de Phil Kelly,
artista irlandés nacionalizado mexicano, quien la pintó en decenas de óleos
desde que se afincó en el País, al despuntar los años 80, y hasta su
fallecimiento en 2010.
«Se fue a Inglaterra en 1985 y regresó a México en 1989, porque estaba
comenzando a pintar en Londres palmeras y ‘vochos’ amarillos que funcionaban
como taxis en la capital mexicana», recuerda en entrevista Ruth Munguía,
viuda del creador, sobre el apego de Kelly a esta Ciudad.
Ausente la centenaria palma que se marchitó por un ataque de
hongos, Munguía pretende mantener la memoria de la planta con una serie de
reproducciones que ofrecerá al público, además prepara para junio una
exhibición sobre la serie La línea desnuda en el Seminario de
Cultura Mexicana, y busca un espacio que muestre el idilio de Kelly con la
capital mexicana.
Kelly recaló en la Ciudad de México con 50 libras en el bolsillo y sin hablar español;
hasta aquí lo condujo su avidez de luz y color, como reseñó The Guardian en
el Obituario que dedicó al autor de «vibrantes» lienzos.
Estos, añade el diario británico, encandilaron a figuras como el también
irlandés y Nobel de Literatura Seamus Heaney -para cuya esposa, la escritora y
editora Marie Heaney, produjo ilustraciones de libros-, y al chef Rick Stein, a
quien creó un mural para su restaurante de mariscos en Padstow, Inglaterra.
Munguía, acompañada por su hija y también pintora, María José Kelly, evoca en
entrevista las caminatas de su esposo desde la colonia Verónica Anzures, donde
siempre residió la familia, hasta el Centro Histórico.
«La palmera de Reforma era un sitio de paso, porque siempre caminaba, de
aquí al Centro, y de regreso, y su camino era Paseo de la Reforma, que para mí
constituye el corazón de la Ciudad, siempre he viajado por ahí, en cualquier
transporte. Él me decía: ‘te gusta la ruta escénica'».
Kelly caminaba hasta desgastar la suela de los zapatos, relata Munguía, entre
cuadros del pintor repartidos por toda la casa y un retrato colgado en lo alto
de la pared, desde donde domina el trajín de su familia.
En Inglaterra andaba a pie porque el transporte era costoso y en la Ciudad de
México porque gozaba mirar el paisaje, cuenta la promotora cultural.
«Le gustaba ver la Ciudad, y le gustaba el sol y cuando hablaba con sus
amigos y le preguntaban ‘¿qué haces?’, él respondía: ‘tomando el sol’,
‘comiéndome un aguacate’ o ‘refrescándome con una chelita’, siempre les decía
cosas que ellos allá no acostumbraban hacer».
Prolífico, Kelly también pintó otros emblemas capitalinos, como el Ángel de la
Independencia, la Diana Cazadora, el Monumento a la Revolución o El Caballito,
incluso en un cuadro los colocó todos, como si estuvieran en fila.
«Él decía que esta ciudad le parecía como un sillón cómodo: se sentó, le
gustó, y aquí se quiso quedar», dice Munguía.