PEDRO
PEÑALOZA
“Para
quienes ambicionan el poder,
no
existe vía media entre la cumbre y el precipicio”.
Tácito
El inicio del gobierno de Claudia Sheinbaum es parte de un libreto que
ella no escribió, pero que lo asume sin chistar. La ciudadana presidenta actúa
bajo los ritmos que se imponen desde el Senado y la Cámara de Diputados. Ella
sólo los defiende desde su nuevo púlpito con aparente vehemencia. Por supuesto,
no quiere decir que sea ajena a las iniciativas de corte autoritario, sino que
ella es parte del bloque que busca perpetuarse en el poder a cualquier costo.
Cuando AMLO la escogió para sustituirlo sabía de su lealtad. Su prueba
fue el gobierno de la CDMX, aunque ella y sus adláteres se empeñen en hacer
creer una supuesta independencia frente al poder del tabasqueño. Fue elegida
por el líder, pero carece de la historia, la malicia y el cinismo histriónico de
su antecesor. Su discurso es plano y monocorde.
Desde la conformación del gobierno y del poder legislativo Sheinbaum
tuvo poca influencia en las posiciones claves. Fue ajena a las decisiones en
gobernación y la presidencia de Morena. En el primer caso, Rosa Icela Rodríguez
le debe todo a AMLO; en el partido, Luisa María Alcalde creció al amparo del
expresidente; y, para dar una prueba de su poder, el mesías impuso a su hijo,
como vigilante de su legado.
En Hacienda dejó a Rogelio Ramírez de la O bajo el pretexto de
garantizar “estabilidad”. Un tecnócrata cercano al exjefe de gobierno. En
relaciones exteriores colocó a Juan Ramón De la Fuente, siempre vinculado a
López Obrador y acomodaticio sin freno.
El Congreso de la Unión muestra la radiografía de la marginación de
Sheinbaum. Las listas plurinominales las decidió López Obrador. Nada de
tómbolas. En el Senado se despachó con la cuchara grande: colocó a su “
hermano” Adán Augusto López para ser el coordinador; metió al priista Alejandro
Murat, exgobernador de Oaxaca, para pagarle favores; al líder “charro” del
SNTE, Alfonso Cepeda; y, hasta al oscuro Alejandro Esquer, cómplice íntimo de
sus secretos, entre otros impresentables. En la Cámara de Diputados aprobó que
Monreal fuera el coordinador, sabiendo de su falta de escrúpulos para someterse
al poder en turno.
La presidenta carece de una política integral para la gobernabilidad
democrática. El ataque al poder judicial es una herencia que la marcará por
todo el sexenio y en el abordaje que ha hecho al tema de las violencias y el
narcotráfico exhibe una miopía terrible, que únicamente repite los viejos
paradigmas de la criminología administrativa. Una presidenta prisionera de su
debilidad.
@pedro_penaloz