La
trama de su premiada primera novela, The Southern Elephant (2016),
transcurre en un solo día, en el que un director de cine recorre las calles de
Tiflis, mientras reflexiona sobre su pasado, con la convulsa historia de
Georgia como trasfondo.
Ya en México, invitado a participar en la apertura del programa de Guadalajara
como Capital Mundial del Libro 2022, que arranca este sábado, el escritor
Archil Kikodze (Tiflis, 1972) explica que la idea de escribir dicho libro no
surgió de repente, sino que primero pensó en un relato corto sobre el
sentimiento de inocencia.
«Estuve pensando mucho, tomando notas; la historia en mi
mente fue creciendo. Entonces comprendí que debía ser una novela urbana sobre
un hombre solitario y la ciudad que ama y odia al mismo tiempo. Debería ocurrir
en un día, pero debería ser la historia de todo un siglo. ¿Por qué los
georgianos somos como somos? ¿Por qué tanta gente a mi alrededor ha perdido el
deseo de ser feliz?», comparte por escrito desde Chiapas, antes de viajar
a Jalisco.
Georgia se independizó de la Unión Soviética en 1990 y mantiene una tensa
relación con la vecina Rusia. De hecho, libraron una guerra en 2008 por el
control de la provincia de Osetia del Sur.
Kikodze cuenta que cuando tenía 17 años, el Ejército soviético reprimió una
protesta pacífica y mató a casi 20 personas en la calle principal de Tiflis.
Después hubo un golpe independentista, además de varios conflictos étnicos y
armados.
«Los años 90 del siglo 20 fueron una época de gran violencia y mi
generación participó en ella. Muchos de mis amigos fueron asesinados. Muchos se
convirtieron en sociópatas. Es una generación muy traumática porque mucha gente
sigue mentalmente en los 90 y no ha podido aprender a vivir en paz»,
reflexiona.
Al personaje del director de cine y narrador de The Southern Elephant le
otorgó una «herencia muy pesada», con una madre nacionalista
georgiana y un padre que es un corrupto empresario soviético en las sombras.
«Difícil de sobrevivir, difícil de mantener la normalidad. Tenía que
encontrar el camino», expone.
Nunca se ha propuesto narrar los principales acontecimientos políticos de su
país, pero admite que son tan fuertes que terminan por meterse en sus novelas y
relatos.
«Creo que la literatura trata de historias humanas, pero la historia
reciente de mi país es el trasfondo de esas historias. Nosotros, los escritores
georgianos, hemos sido bendecidos con este país: difícil de vivir en él, pero,
para escribir, es un Eldorado.
«La estupidez y el populismo de la política, los antiguos comunistas
convertidos en cristianos, la injusticia social, todo esto es interesante para
escribir e incluso para observar si el humor no ha terminado. A veces se
acaba», plantea.
Kikodze es guionista y un actor muy conocido en Georgia, y no duda en calificar
a su primera novela como cinematográfica.
Ante la pregunta de si al independizarse de la Unión Soviética también la
literatura de Georgia se liberó, advierte que nunca hubiera deseado ser un
escritor durante esa era. Comenzó a escribir a finales de los 90.
«Ahora somos pobres pero libres. Hay temas, como la seguridad de las
mujeres, escritos por mujeres, que son tan nuevos para nosotros que muchos
lectores de la generación anterior, e incluso de la mía, no estaban preparados
para esa literatura. Puedes imaginar lo poco que les gustaba la literatura gay
y muchas otras cosas. Pero, en los últimos 20 años, hemos dado un salto y creo
que nuestra literatura es más diversa que nunca, con un gran número de autores
vivos», responde.
Una libertad creativa que se vio coartada durante los 70 años del régimen
soviético.
«En el período que recuerdo, los escritores georgianos soviéticos no
tenían una mala vida en absoluto. Eran privilegiados. Tenían buenos
apartamentos, casas de campo, enormes honorarios, sólo que no podían escribir
con realismo. Los escritores que no eran honestos escribían algo llamado
realismo social, que era absolutamente falso. Los buenos escritores decidieron
escribir sobre el pasado para evitar los problemas contemporáneos»,
agrega.
Sin embargo, contrasta, hay muchas buenas novelas escritas en los 70, situadas
en el pasado, cargadas de símbolos, incluso con mensajes patrióticos.
Algunos escritores han sido redescubiertos, como Zaira Arsenishvili, cuya
herencia literaria es enorme con tres novelas y dos colecciones de cuentos ya
publicados. Durante la era soviética, agrega, se vio impedida para publicar, y
en la época post soviética tampoco se le prestó la atención debida. Pero ella
siguió trabajando hasta el último día, hasta su muerte, segura de la calidad de
sus libros.
«Sin ella ahora no puedo imaginar la literatura georgiana», asienta.
Una obra, añade, que se aparta de su generación, con su firme postura frente al
régimen soviético, su realismo y hermosa prosa.
Kikodze, a pesar de estar publicado ya en francés y alemán, aún está pendiente
de ser traducido al español. Reconoce que es difícil ser un autor que escribe
en una lengua que no es comprendida más allá de las fronteras de su país.
«Cuando terminé mi última novela, Lizard on The Gravestone,
tuve la sensación de que había alcanzado un nivel muy alto. ¿Y qué? ¿Quién la
traducirá? ¿Quién conocerá este libro? Es una sensación extraña, no es
agradable, pero tenemos que vivir con ello», confiesa con decepción.
A pesar de eso, piensa en su lengua como su instrumento ideal para
«cabalgar en la literatura».
«A veces les digo a los demás: ‘Somos como caballeros medievales, nadie
sabe de nuestra vida, de nuestro presente y de nuestra muerte y de lo dedicados
que estamos a la literatura, nuestro mayor amor'».
Guadalajara será una oportunidad para acercarse a la obra de este
«caballero medieval».
LOS LAZOS CON MÉXICO
Un día alguien le entregó un libro traducido al ruso con Pedro Páramo y
algunos cuentos, y le dijo: «Con Juan Rulfo comienza la gran novela latinoamericana».
Pero Kikodze, entonces un estudiante, no le creyó.
Posteriormente descubriría en el mexicano un «mundo literario despiadado y
sin esperanza», con personajes que no tienen ninguna posibilidad de
cambiar su vida, e incluso ignoran si existe una vida mejor. Un mundo
claustrofóbico.
«No ser malvado, no considerarse a sí mismo como un hombre terrible
mientras hace cosas terribles es la cara real de la crueldad que Rulfo pintó
con colores mínimos pero mejor que la mayoría de los escritores», exalta.
Antes de viajar a Guadalajara para abrir el año como Capital Mundial del Libro,
Kikodze pasó por Chiapas. Es fotógrafo profesional, viajero y observador de
aves, con varias guías y libros de viajes publicados, y anticipa que prepara un
libro sobre México, al que vuelve, después de haber sido invitado por la FIL
Guadalajara.
«Mi libro sobre México será muy personal. No voy a escribir una
guía», responde. «Las nuevas aves y animales que conozco en México
también serán parte de este libro. Imagínate viajando como naturalista y
escritor, viajando en los libros, desde Bernal Díaz (del Castillo) hasta
Fernanda Melchor; además de aves, lugares… bebiendo mezcal».
En diciembre pasado visitó Oaxaca, y también escribirá sobre Jalisco, adelanta.
Su objetivo, aclara, no es recorrer todo el país. Es un viajero que se toma su
tiempo para «sentir» los lugares y la gente.
En Guadalajara, Capital Mundial del Libro -que, por cierto, toma la estafeta de
Tiflis-, el escritor participará en el «Programa Escuelas
Anfitrionas», en la Casa Museo López Portillo, este viernes a las 17:30
horas. Además, el sábado, a las 19:00, estará presente en la inauguración, para
después dar una charla, el 25 de abril, en la sede tapatía del Tec de
Monterrey, y luego formar parte del Coloquio Viva la Literatura, el 1 de mayo,
junto a Antonio Ortuño y Martín Solares.