HABITA EL TAMAYO ARCOÍRIS DE RONDINONE

HABITA EL TAMAYO ARCOÍRIS DE RONDINONE

Ugo Rondinone camina por el vestíbulo del Museo Tamayo como uno más de sus visitantes, en una atmósfera catedralicia, de luz multicolor, que ha creado en el recinto.

Relajado, la luz que se derrama desde el techo, en cada paso que da, lo pinta de una tonalidad distinta.

Para llevar a cabo su instalación Love Invents Us (El amor nos inventa), el artista suizo cubrió las ventanas y tragaluces del museo con filtros vinílicos que llevan la cromática por la que se le reconoce en el mundo entero: el arcoíris.

 

«Es el edificio el que hace la obra, ¿no es así? Así que siempre estoy sorprendido con lo que le hace a la pieza», comparte en entrevista.

Algo tan sencillo como una nube pasajera, o el movimiento natural de la Tierra, altera la instalación, dotando al espacio de tonalidades distintas que, al caer sobre el vestíbulo, crea dramáticos caminos y estructuras de rojos, naranjas, amarillos, verdes, azules, índigos y violetas: una arquitectura lumínica propia.

«Se trata de la actividad del edificio, en combinación con la atmósfera de afuera. Entonces es realmente una colaboración entre la arquitectura y el elemento natural de la luz del sol», continúa.

«En ese sentido, soy sólo un observador aquí y simplemente puedo disfrutar lo que estos dos elementos crean, todas las atmósferas envolventes hasta el atardecer».

Tan pronto visitó el recinto hace tres años, Rondinone (Suiza, 1964), uno de los artistas contemporáneos más exitosos de su generación, supo que esa instalación, creada por primera vez en 1999, e inaugurada en el Tamayo el pasado sábado, pertenecía ahí.

«Quiero crear una suerte de techo como de una catedral, o una habitación de una catedral», dice sobre la intención detrás de la instalación.

«Creo que nunca se ha visto mejor», comparte en el camino a hacerse unos retratos con la obra, él mismo sorprendido por el diálogo logrado con la arquitectura de Teodoro González de León y Abraham Zabludovsky, artífices del recinto.

El artista supo también entonces que esa instalación debía ir acompañada, como lo ha hecho anteriormente, con otra que da título a su exposición entera en el Tamayo: Vocabulary of Solitude (Vocabulario de la soledad).

Desde la entrada al vestíbulo, y pasando por las rampas y escaleras que conducen hacia el patio central, inmersas entre los juegos de luces multicolores, 45 esculturas hiperrealistas de payasos, cada una realizando una acción distinta, pero eternamente melancólicas, se distribuyen por todo el espacio.

Acostados, reclinados o sentados con languidez, estas figuras, explica Rondinone, representan, cada una, una acción distinta en las 24 horas que una persona realiza en la soledad absoluta.

«Mi meta era crear un retrato de una sola persona, las acciones de una sola persona que, en ese momento, es también un retrato de esa persona, que está aislada consigo misma, tanto mentalmente, o realmente confinada en una casa», abunda.

Se trata, dice, de un bucle de tiempo perfecto, donde el primero de ellos, llamado sencillamente «Ser», antecede a «Respirar», «Dormir», «Soñar», «Despertar», «Elevar», «Sentar», «Oír», «Orinar», «Cagar» y «Llorar», entre todos los otros.

El sábado, durante la jornada inaugural, los visitantes -que no se percataron que el artista estaba presente-, caminaban entre los payasos, se ponían en cuclillas ante ellos y se daban cuenta, cuando miraban bien sus rostros, que cada uno portaba una máscara de su propia cara.

Realizadas en Nueva York, en 2015, cada una de las esculturas muestra a una persona de una etnicidad distinta, un gesto artístico que, de alguna forma, universaliza la soledad.

Mientras le hacían unos retratos en el vestíbulo, una visitante se acercó a otro para preguntar si en algún momento los payasos iban a cambiar de posición. Cuando le informaron que no, se da cuenta de que pasó 20 minutos caminando entre ellos pensando que eran personas disfrazadas.

Al saber esto, Rondinone sonríe, complacido, y se toca el pecho con la palma de la mano, a la altura del corazón.

Para el artista, la dimensión que esta instalación tomó tras el confinamiento por la pandemia de Covid-19, con sus largas horas de soledad y angustia, fue completamente insospechada.

«Tomó una actualidad sorprendente por ese momento en el que el mundo entero experimentó, y aún experimenta, y me da un sentimiento como si todo el mundo estuviera renaciendo, y ver una obra adaptarse a una situación, de esta forma tan sorpresiva, es algo que no pude haber predicho», reflexiona.

Con una carrera larga y prolífica, Rondinone ha desarrollado un lenguaje íntimo y propio que utiliza de forma recurrente, con persistencia, a través de los distintos soportes con los que trabaja: la pintura, el video, la fotografía, la instalación y la escultura monumental.

Uno de ellos es la figura del payaso como un símbolo de la pasividad, que desarrolló desde que, a inicios de los 90, realizó esculturas de sí mismo en posiciones pasivas que luego equiparó con la figura que ahora puebla el Tamayo.

«Había una relación entre el payaso y el artista como animadores; ésa es la metáfora específica del payaso», abunda.

La pasividad es, a su vez, un concepto capital en su obra.

«La figura de la pasividad es una figura que empezó en el inicio de mi carrera como una forma de protegerme a mí mismo, o de enseñarle al mundo que la pasividad, o una manera lenta de ser, sí es una forma de vida», detalla.

«Si alguien muestra una acción, una vez que muestra una acción, uno ya se está dirigiendo hacia un valor, se está poniendo a favor de algo, pero si alguien está sencillamente pasivo, y dejas que algo pase, desarrollas una suerte de mente abierta, y esta mente abierta es la fundación de mi trabajo», apunta.

Desde la pasividad absoluta, los 45 payasos que representan a un ser humano solitario existen, a su vez, en el arcoíris de luz creado por Rondinone, otro de sus símbolos.

«El arcoíris es como una señal arcaica con la que todos se pueden relacionar. Mi obra está construida sobre señas arcaicas, siempre digo que hago casi un alfabeto de símbolos arcaicos que son entendidos, como un vocabulario, por todos», detalla.

Y es así que en el techo de la fachada del Tamayo se ha colocado, asimismo, uno de sus poemas-arcoíris, que reza: «Love Invents Us».

«Hice mi primer anuncio de arcoíris en 1997, Cry Me a River (Llórame un río), en un momento difícil en el movimiento gay por la crisis del VIH», relata.

«Como una persona gay, el VIH estaba siempre frente a mí, siempre confrontado por ello, entonces con el arcoíris podía atrapar dos situaciones: una, un símbolo arcaico que todo mundo pudiera entender sin importar qué tipo de educación artística se tenga, y, por otro lado, alentar a la comunidad gay a través de la esperanza».

Tanto el poema visual de la fachada, como la instalación, comparten en el nombre una convicción que se expresa sencillamente: «El amor nos inventa».

Caminando bajo el techo intervenido en sus tragaluces, e inmerso en la atmósfera de arcoíris que ha creado para los visitantes y para sus payasos solitarios, Rondinone sabe que cumplió su cometido de crear un ambiente de catedral en el Tamayo.

Una catedral de esperanza para los solitarios del mundo.

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