Como la artista mexicana con mayor proyección
internacional, Frida Kahlo no podía dejar de sumarse a la tendencia de las
«experiencias inmersivas».
Este año, además de la exposición Frida Inmersiva, actualmente
abierta al público capitalino en el Foro Polanco, y concebida por Cocolab
Worlds, el arte de la pintora recibió un nuevo despliegue tecnológico y digital
en nueve ciudades de Norteamérica.
Diseñada por
la compañía Lighthouse Immersive, esta experiencia suma a la mexicana a una
lista de artistas ya abordados por la misma firma, entre ellos Vincent Van Gogh
y Gustav Klimt, con exposiciones que han recibido a cientos de miles de
visitantes.
Bajo el título Immersive Frida Kahlo, el proyecto apuesta por
el gran formato: 500 mil pies cúbicos de arte; 90 millones de pixeles y 1
millón 20 mil fotogramas de video.
No obstante, como cualquier tendencia, las experiencias inmersivas, que se
apoyan en las pantallas en sustitución de las obras originales, han suscitado
una conversación sobre las bondades y limitaciones de este tipo de aproximación
a un artista.
¿PROYECTO CONGRUENTE?
Para Mara Romeo y Mara de Anda, sobrina nieta y sobrina bisnieta de Kahlo, la
decisión de colaborar con los productores de experiencias inmersivas es
congruente con la vida y obra de la pintora.
«La tecnología es muy revolucionaria, como ella. Tú sabes que ella siempre
fue un paso adelante, y esto es un paso adelante. Una manera diferente de
aprender, lo inmersivo», señala en entrevista Romeo.
Tanto ella como De Anda, quienes conforman la empresa Familia Frida Kahlo, para
esta última experiencia inmersiva en Estados Unidos y Canadá colaboraron con el
préstamo de fotografías, para mostrar a la artista no sólo en su faceta
plástica.
«La verdad es que está muy interesante porque aquí vas a ver no nada más a
la mujer artista, sino a la mujer de carne y hueso, porque es un poco parte de
su historia; ves la Revolución Mexicana, ves la Revolución Rusa; podrán
entender más sus ideas políticas», explica Romeo.
Desde su nacimiento, las experiencias inmersivas han recibido distintas
críticas, sobre todo por la forma en la que algunas privilegian la
espectacularidad y el lucro por encima del discurso del personaje abordado.
Para De Anda, directora comercial de Familia Frida Kahlo, estos proyectos
fueron autorizados porque permiten mayor acceso a la obra de la pintora.
«Creo que hay que ser actuales. Es muy respetable lo que cada quien opine,
que eso es muy importante decirlo, pero yo creo que hay que evolucionar, como
todo lo que evoluciona en este planeta», señala.
«Es padrísimo ir a ver una obra de Frida original; no es comparable una
cosa con la otra. Sin embargo, que llegue a tu ciudad una obra de Frida real, a
lo mejor no pasa, y ésta es una manera de que sí pueda llegar o de que te
puedas acercar más».
Con más de 100 obras que forman parte de la experiencia, además de
fotografías, Immersive Frida Kahlo ya se encuentra abierta en
Boston, Chicago, Dallas, Denver, Houston, Los Ángeles, Pittsburgh, San
Francisco y Toronto.
«A mí me parece que está muy lindo, y qué bueno que incursionamos en todas
estas cosas nuevas, porque a ella le hubiera gustado; si hoy estuviera viva,
diría: ‘¡Claro! Hay que hacerlo, hay que acercar a los jóvenes al arte'»,
concluye De Anda.
Y la experiencia pretende ir más allá: en la sede también se pueden llevar a
cabo clases de yoga en medio de las proyecciones.
ACERCAMIENTOS
SUPERFICIALES
Para historiadores de arte, curadores y especialistas en la obra de Kahlo, las
experiencias inmersivas suelen ser experiencias ambivalentes.
En opinión de Ana Elena Mallet, curadora, resulta inevitable que el arte avance
de la mano de la tecnología, por lo que tendencias como éstas son completamente
entendibles. No obstante, no resultan sustitutas de la experiencia original.
«Creo sinceramente que la tecnología y este tipo de experiencias
inmersivas no sustituye la experiencia estética física de asistir a un museo,
de asistir a una exposición y de ver una obra de arte», explica en
entrevista. «Sin embargo, sí creo que ayuda, apoya; es una alternativa y
suma a ayudar en la difusión del patrimonio, de la obra de arte, de lecturas
curatoriales».
Pero, aunque reconoce la calidad con la que se realizó la exposición de Cocolab
Worlds, por ejemplo, percibe que ya se ha abusado del formato.
«Últimamente en México, sobre todo en los últimos 5 años, o 6, hemos visto
una cantidad de experiencias inmersivas sin discurso curatorial, de muy mala
calidad, y cobrando muy caro», lamenta. «Aun así tienen éxito, pero
creo que hay un mal acercamiento a la obra. Son como espectáculos, planteadas
como espectáculos casi de luz y sonido; ese formato setentero que, en algún
momento, se empezó a utilizar para tratar de traer distintas audiencias, sobre
todo a las zonas arqueológicas, y creo que, de alguna manera, se está
abusando».
Para James Oles, curador e historiador del arte, estas experiencias sí ofrecen
una posibilidad de acercarse a la obra de una artista cuyo trabajo es cada vez
más difícil de ver en persona, por la dificultad de los préstamos, pero,
coincide: no sustituye.
«No es ninguna sorpresa que estas experiencias audiovisuales surgen a la
par de dos cosas: con el desarrollo de las tecnologías sofisticadas necesarias,
como la digitalización y el uso de programas de animación en computadora, y
proyectores súper sofisticados, y con la imposibilidad de hacer exposiciones de
las obras originales porque ya valen demasiado dinero y son difíciles de
conseguir».
En el caso específico de Frida Inmersiva, sin embargo, percibe que
el discurso tiende a limar los aspectos más duros de la personalidad de la
artista.
«Lo único que no me gustó fue cuando hablaba Frida Kahlo en su voz más
patética, amorosa, romántica, y no con su chiste un poco escatológico, vulgar,
divertida, intelectual… porque así era ella. (La de Polanco) es una versión
muy sanitizada de Kahlo, una versión muy pulida y muy bonita», critica.
«Por eso es una experiencia muy placentera, y todo lo difícil de Kahlo,
las obras complicadas, su fascinación por Stalin, sus problemas con Diego
Rivera, los problemas de Rivera con ella, sus operaciones -aunque hay un
poquito de eso-; todo lo difícil: lo sexual, lo político… está pulido».
Es en ese tipo de aspectos donde encuentra las principales fallas en estas
experiencias ante la falta de equipos especializados que den contexto a las
obras.
«En primer lugar, al final de cuentas, no respetan la visión original de
la artista. Ella hizo un cuadro para contemplar, algo para ver, algo fijo; ella
no hacía cine y no hacía animación. Tampoco hacía calcetines, perfumes o de ese
tipo de cosas tampoco», expone sobre la explotación de la imagen de la
artista.
«Los historiadores de arte estamos ahí para corregir errores, contradecir
lugares comunes o clichés, y ese tipo de experiencias tienden a promover el
cliché».
De acuerdo con Helga Prignitz-Poda, historiadora del arte y autora de diversos
libros sobre la artista, las experiencias inmersivas tienden a poner lo
comercial por delante.
«Puedo entender que el público en general se sienta atraído por los
espectáculos inmersivos, porque los productores de estas exposiciones se
dirigen específicamente a las emociones de una gran audiencia. A los
organizadores les preocupan sobre todo los grandes ingresos. Son espectáculos
comerciales», reflexiona.
«Pero, como historiadora del arte, me horroriza ver cómo los cuadros de
los grandes artistas son arrancados de sus contextos en las exposiciones
inmersivas y cómo los detalles pictóricos de las más diversas obras maestras se
mezclan según puntos de vista puramente estéticos o emocionales. Los
espectadores se ven liberados del esfuerzo de observar el arte de cerca y de
comprender el significado de los detalles de los cuadros individuales en sus
contextos. El arte se degrada a un medio de entretenimiento y a un escenario de
selfies», detalla.
Por ello, aboga por el tipo de observación que no se encuentra en estas
experiencias, como la que es posible en un museo.
«La importancia del arte es poder desarrollar en el espectador la empatía
y la comprensión de los verdaderos motivos del artista con el placer
intelectual y la observación cercana. Sin embargo, los motivos del artista y
las condiciones de su obra suelen estar distorsionados en la experiencia
inmersiva por la visión muy filtrada del productor de la misma», debate.
Oles también defiende la experiencia de contemplar un museo en términos
similares.
«El museo ofrece la contraparte que es, en el mejor de los casos, un
espacio sin música, sin distracción para pensar, analizar, contemplar y, a
veces, salir incómodo. El museo no debe de ser un lugar de puro escape, porque
tenemos muchos espacios de puro escape, como puede ser un parque de
atracciones», opina.
«El museo debe de, a veces, funcionar como para canalizar preocupaciones,
malestares, causar enojo. Como la universidad, debe hacer lo mismo. Imagínate
si en la escuela solamente aprendiéramos cosas bonitas. Eso no te va a ayudar a
vivir».
Mallet, por otro lado, propone que la inmersión no se realicen de manera
aislada, sino en colaboración con equipos de profesionales.
«Sin duda, estas experiencias aportan», señala, «pero creo que
habría que ligarlas de alguna manera mucho más íntima a los procesos
culturales, desde la inclusión de equipos profesionales en narrativas y en
guiones curatoriales asociados a las exposiciones, pero también en este diálogo
con la institución museística o galerística».