· Los excedentes de producción de Estados Unidos
generan precios bajos de sus productos, los cuales son adquiridos por grandes
empresas, sostuvo Blanca Aurora Rubio Vega
Para sobrevivir
ante la falta de apoyos, los trabajadores buscan alternativas como producir
alimentos orgánicos (café, vainilla y jamaica), ingresar a grupos de precio
justo y, en otros casos, migrar a las grandes ciudades de México o hacia
Estados Unidos (EUA), afirmó en entrevista la académica del Instituto de
Investigaciones Sociales (IIS) de la UNAM, Blanca Aurora Rubio Vega.
El
origen de la exclusión que enfrentan los campesinos en nuestro país inició en
1982 con los gobiernos de la etapa neoliberal: “redujeron el gasto público y
privatizaron empresas paraestatales que los apoyaban como la Compañía Nacional
de Subsistencias Populares, el Instituto Mexicano del Café y el banco
Banrural”, recordó la doctora en Economía especializada en cuestiones rurales.
En
ese tiempo había un mercado cerrado que para exportar o comprar alimentos del
exterior se debía pagar un impuesto, entonces preferían comprar lo que se
producía en México, anotó.
Cuando
se firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte hubo una segunda
exclusión, porque se permitió la entrada de alimentos (sobre todo de granos
básicos como maíz, trigo, arroz, frijol, soya y sorgo) importados de Estados
Unidos, nación que tiene como estrategia producir excedentes que luego los
coloca en otras partes del mundo a precios bajos.
“Las
grandes empresas (como las que producen alimentos balanceados para animales)
compran esos productos y les conviene más importar de Estados Unidos porque es
más barato que comprarle a los campesinos, quienes se quedan sin comprador”,
explicó.
Detalló
que el gobierno entonces decidió importar en vez de respaldar con dinero
público la producción campesina, lo que afectó nuestra soberanía alimentaria.
“Este
proceso de exclusión se recrudece todavía más con la crisis alimentaria de 2008
donde los precios internacionales subieron, pero también los costos del petróleo,
fertilizantes, lo que les hizo entrar nuevamente en una situación de pérdida
porque sus costos se elevaron fuertemente”, abundó la experta.
Como
una forma de resistencia, prosiguió, algunos grupos campesinos se refugiaron en
el autoconsumo porque resulta más barato consumir el maíz propio que comprarlo,
entonces no lo venden. De todos modos, el alto costo de los fertilizantes los
llevó a un empobrecimiento.
“Empezaron
a vender su fuerza de trabajo, a emplearse como jornaleros, pues muchos
campesinos ya no podían producir porque necesitaban mucho dinero. Ya no hubo
créditos del gobierno cuando cerraron Banrural y ellos estaban atenidos a los
usureros, con tasas de interés muy altas”, señaló.
También
a rentar sus parcelas y a emigrar a Estados Unidos, dejando en México “pueblos
fantasma” con mujeres, niños y abuelos, aunque algunas de ellas están migrando.
Rubio
Vega puntualizó que las formas de resistencia de los campesinos han sido el
autoconsumo, la migración para buscar trabajo en otros lugares (ciudades de
México o Estados Unidos), producir alimentos orgánicos (principalmente café,
vainilla, jamaica) o ingresar a grupos del llamado “precio justo”, donde
algunas organizaciones no gubernamentales los ayudan a colocar sus mercancías.
La gente que ve esa etiqueta sabe que está beneficiando a pequeños campesinos.
“Esto
les da un precio mayor, pero también problemas porque no pueden usar
pesticidas, sino insumos naturales y a veces pierden las cosechas. Además, las
empresas que les compran tienen certificaciones, y no cualquiera puede ser un
productor de café, vainilla o jamaica orgánica, pero es otra forma de
resistencia que han encontrado”, apuntó.
La
investigadora concluyó que en la actualidad han cambiado las políticas públicas
hacia el campo, pero la inversión del Estado es baja, razón por la cual su
situación no se ha transformado.
FUENTE: UNAM