Cd. de México 15
mayo 2022.- Durante 40 años, la periodista Silvia Lemus vivió con un hombre que, en
realidad, como ahora recuerda con cariño, eran dos hombres distintos.
«Yo
veía a dos Carlos Fuentes: al Fuentes escritor, el novelista, ensayista,
dramaturgo; y luego veía a mi marido, que era fantástico vivir con él»,
explica.
Un día
antes de que se cumplan 10 años del fallecimiento del escritor, Lemus rememora
por teléfono uno de los momentos precisos en los que, para ella, su marido
guapo, encantador, cinéfilo y bailarín se transfiguraba en el Fuentes que
conocen sus lectores.
«Yo
sentía la diferencia cuando estaba a punto de dar una conferencia, cuando
comenzaba diciendo ‘Señoras y señores’, y ya estaba yo muy contenta viendo al
hombre de letras», cuenta.
El 15 de
mayo del 2012, hace exactamente 10 años, Carlos Fuentes falleció de manera
repentina, insospechada, habiendo bosquejado, apenas un día antes, la que sería
su siguiente novela y de la cual sobrevive únicamente el título: El baile del
centenario.
En un
ajetreo incesante que la ha llevado de un homenaje a otro, pues nadie ha
querido quedarse sin conmemorar a Fuentes, Lemus ha realizado en estos últimos
días una serie de evocaciones memoriosas, carentes de solemnidad excesiva, que
pintan a los dos Fuentes a la luz de quien lo conoció mejor que nadie.
Y aunque la
estatura del autor, uno de los imprescindibles del idioma y conocido en el
mundo entero, ha producido en estos días sesudos análisis sobre su obra, quizá
el comentario más elocuente lo hizo su esposa al presentar la convocatoria del
Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en el Idioma
Español.
«Realmente
era un tipazo este señor, en verdad lo era», dijo en aquella ocasión, y
todos los que la oyeron se rieron al reconocer que estaba en lo cierto.
Autor de
clásicos insoslayables de la literatura hispanoamericana, como La región más
transparente, Aura y La muerte de Artemio Cruz, gran parte de la celebridad de
Fuentes recae también en su figura pública, con su elocuencia permanente, el
humor agudo, la elegancia indeclinable de su aliño y, cómo no, su emblemático
mostacho de galán.
«Una vez
yo le dije: ‘Carlos, dijiste en una ocasión que te hubiera gustado ser
poeta'», cuenta Lemus. «Y él me dijo: ‘No, yo hubiera querido ser
actor de cine, en una película de la Columbia, en donde yo sería el malo y
Humphrey Bogart el bueno».
Tiene,
desde luego, mucho de cinematográfica la forma en la que Fuentes y Lemus se
comprometieron, en una velada en el Hotel María Isabel, mientras bailaban un
jazz acompasado con la voz de Nancy Wilson.
«Cuando
bailábamos, me dijo: ‘Silvia, me quiero casar contigo, tener una familia, tener
hijos y llevarte a vivir a París», recuerda Lemus. Y así fue.
Desde 1972
hasta el 2012, el matrimonio gozó de una existencia nómada que los llevó a
vivir en París, Londres y en distintas ciudades de Estados Unidos, donde
Fuentes siempre fue bien querido a pesar de una mala fama que, lamenta la
periodista, todavía persiste.
«Muchas
veces se ha dicho que Carlos odia a los Estados Unidos, pero nunca los odió,
los criticó cuando debían ser criticados y los elogió cuando debían de ser elogiados,
porque él creció ahí y él tenía prácticamente dos lenguas maternas: el español,
y tenía como segunda lengua materna el inglés de Norteamérica», explica.
Además de
la evidente admiración, para quien conoce sus influencias, que Fuentes sentía
por un gran número de escritores estadounidenses, las estancias del autor en
Estados Unidos lo llevaron a hacerse amigo entrañable de intelectuales
norteamericanos contemporáneos como Kenneth Galbraith, William Styron y Norman
Mailer.
También,
una relación de amistad con el hoy Presidente Joe Biden y a frecuentar a la
familia Kennedy cuando el matrimonio Fuentes-Lemus pasaba tiempo en una casa
rentada en Martha’s Vineyard.
De todos,
sin embargo, Lemus recuerda particularmente al novelista Philip Roth, de quien
Fuentes se hizo amigo cuando ambos daban clases en la Universidad de
Pensilvania.
«Carlos
iba en tren, esperaba en la estación de Princeton, subía al tren y se
encontraba nada menos que a Philip Roth, entonces viajaban juntos»,
recuerda.
«Philip
Roth era brillante, pero además era muy divertido, tenía una serie de ideas muy
cómicas y la pasábamos muy bien con él», celebra.
Lemus ha
acuñado el término «bebé globalizado» para referirse al Fuentes que
creció en diversos países por el trabajo diplomático de su padre, con seguridad
una de las razones por las que podía moverse con fluidez –y hacer amigos– en
cualquier lugar en el que se encontrara, como con el novelista Milan Kundera,
uno de los motivos por los que es tan bien leído en Europa del Este.
Más allá de
su impresionante memoria para las anécdotas de esta vida compartida, la
periodista ha sido, también, una de las lectoras más minuciosas de Fuentes y,
por ello, su principal promotora y encargada de mantener su catálogo vigente y
disponible para nuevos lectores.
En esta
última década, ninguna reedición, obra póstuma, inédito o antología ha visto la
luz sin que ella, cuidadosamente, la haya revisado.
Más aún, la
biblioteca de Fuentes en la casa que compartieron en San Jerónimo, actualmente
en proceso de catalogación minuciosa por la bibliotecaria Rosario Martínez
Dalmau, es todavía una fuente inagotable de materiales que seguirán dando luz
sobre el proceso creativo del escritor.
«Ella
(Martínez Dalmau) me ha comentado la admiración que tiene por la biblioteca y
por el escritor, porque es una biblioteca en la que Carlos leyó para su
información de acuerdo con lo que él estaba escribiendo, la novela, los
cuentos, los ensayos», detalla Lemus,
«Se
expresa de ella como una excelente biblioteca de escritores de varias
nacionalidades. Él podía leer inglés, francés, italiano y tal vez hasta el
portugués».
Compacta,
de 12 mil títulos, la biblioteca y su archivo han brindado la posibilidad de
publicar conferencias, ensayos y textos ocultos del autor, en una labor
editorial incesante durante los últimos 10 años.
Además,
celebra Lemus, las solicitudes de traducción de su obra siguen llegando, como
una de la magna Terra Nostra al mandarín, junto con un interés renovado de
casas productoras de cine y televisión para adaptar sus libros.
Según
cuenta, actualmente existen pláticas, en proyectos distintos, para llevar Aura,
Vlad, Los años con Laura Díaz y La muerte de Artemio Cruz a las pantallas.
«Estas
cosas suceden cuando Carlos ya no ha estado y no sé hasta qué punto llegarán.
Ojalá las realicen», espera.
Años
ajetreados, pero también, desde luego, difíciles, en los que Lemus nunca se ha
sentido desprovista por completo de la presencia de Fuentes.
«Yo
perdí a dos hijos, a Carlos y a Natasha, antes que a mi marido, y aprendí a
tenerlos conmigo, y es lo que yo hago con Carlos, porque Carlos me acompaña. Yo
sé que es muy difícil pensarlo como yo lo digo, casi es como muy fácil, pero
uno va viviendo el futuro cada día», reflexiona.
«Yo lo
que he hecho es, de la misma manera en que tengo a mis hijos, yo me atrevo a
hacerle preguntas que obviamente yo me respondo, pero me las respondo siempre
guiada por el pensamiento de Fuentes, de Carlos, a quien extraño mucho, igual
que a mis hijos».
A 10 años
de su fallecimiento, Carlos Fuentes, o los dos Carlos Fuentes, el hombre de
letras y el «tipazo», siguen vivos en la memoria de su mejor lectora
y defensora de su obra.