Ante la complejidad de qué título debía llevar la revisión
más vasta de su carrera hecha hasta ahora, el pintor Daniel Lezama (Ciudad de
México, 1968) reconoció en unas líneas de Octavio Paz el punto medular de las
historias en su universo pictórico.
Específicamente aquellas de El laberinto de la soledad acerca
de que la cultura mexica, en su momento de máximo esplendor, era como un joven
en el mediodía de su vida al que, deslumbrado y mareado, le da vértigo y cae
fulminado, relata Lezama en entrevista.
Es decir, sin decadencia ni ocaso de por medio, como suele ocurrirle a las
culturas; anomalía histórica de una que, en pleno apogeo, no es que fuera
vencida por un ejército, sino que el deslumbramiento, un vértigo feroz le ha
hecho rodar y caer desde la cima.
«Eso lo aplico y lo extrapolo a mucho de, digamos, las líneas de lectura
de mi trabajo, en términos de que hay una especie de fatalidad o fatalismo que
mi obra intenta asumir para poder romper en la visión, en la cosmovisión de lo
americano», dice Lezama, quien la noche de este miércoles inauguró la exposición Vértigos
de mediodía en el Museo de Arte Moderno (MAM).
«Creo que ese elemento de cosmovisión, que es ese vértigo que nos hunde
cuando estamos a punto de triunfar, es el punto nodal del mal destino de muchas
cosas en México. Y yo quisiera trabajar mucho sobre ese tema para entenderlo y
sobreponerse a eso».
Artífice de una estética propia de carácter oscuro, simbólico y mitológico,
siempre con perspectiva crítica y atravesada por las culturas originarias,
Lezama remarca que esta muestra en el MAM es una revisión más que una
retrospectiva, similar a lo hecho en 2008 con La madre pródiga, en
el Museo de la Ciudad de México.
Y es que si bien esta vez se han elegido alrededor de 40 obras hechas a lo
largo de 25 años de carrera, no es que sean representativas de diferentes
etapas, sino que siguen varias líneas temáticas elegidas por el curador Érik
Castillo, a quien el pintor conoce desde el inicio de su trayectoria.
«Por ejemplo, la genealogía de una serie de personajes que son
equivalentes psíquicos o avatares de la cultura mexicana o de la psique
mexicana, que se manifiestan desde el principio de mi trabajo como personajes
que tienen un lazo complejo que se muestra en esas obras. Ése es uno de los
temas», ilustra el pintor.
«El otro es el romanticismo que corre por mi trabajo respecto a la visión
del mundo. O los niños jardineros, que es una idea en mi obra de que los niños
son los que cultivan el futuro o cultivan la naturaleza o el espíritu humano,
como metáfora. Ésas son las líneas que él (Castillo) escoge, y escoge obras que
van en esa tesitura».
Óleos de mediano y gran formato, como los emblemáticos La
leyenda de los volcanes, El sueño del 16 de septiembre o La
Venus, el Rebel, son parte de las piezas en exhibición. Una mirada casi
íntima a las ensoñaciones de quien se concibe a sí mismo como portavoz o umbral
del inconsciente colectivo.
«Creo que he llegado a eso que no podía yo hacer hace 25 años, de poder
ponerme en una posición donde dejo que pasen por mí energías y pulsiones que
vienen tal vez de fuera.
«O sea, a través no de una encantación o de un
chamanismo, sino de un trabajo artístico que tiene un componente de automatismo
y de fluir inconsciente que yo he aprendido a dejar pasar, a dejar fluir; he
aprendido a darle forma y lugar a eso que viene de otro lado», comparte
Lezama.
En ese sentido, y al ser cuestionado sobre qué ha cambiado tras un cuarto de
siglo pintando, el creador considera que ahora se conoce más, sin que por eso
deje de ser un trabajo en proceso la búsqueda de aquello que lo define como ser
humano; «lo que me es auténtico y honesto, y que pueda yo transmitir esa
honestidad», expresa.
Tres obras realizadas ex profeso para esta muestra, que son homenajes a
trabajos de Francisco Toledo, Raúl Anguiano y Roger von Gunten,
complementan Vértigos de mediodía, y entran en diálogo con el
propio acervo del MAM, espacio que, a decir de Lezama, es un foro consagratorio
para cualquier pintor mexicano.
«Una exposición individual en el MAM se considera como el clímax de tu
carrera antes de tu vejez y de Bellas Artes. Ése es el escalafón, digamos,
práctico en México para los artistas mexicanos; ésa es su escalera. Entonces,
sí es un punto nodal en mi carrera, desde luego», celebra.
Con la mayoría de las obras procedentes de colecciones privadas, buena parte de
ellas jamás expuestas al público, el pintor destaca la inédita oportunidad de
apreciar todo este corpus pictórico reunido, a partir de este miércoles y hasta
el 23 de octubre, en el recinto de Paseo de la Reforma y Gandhi, Primera
Sección del Bosque de Chapultepec.
«Espero que todos puedan verla y que la gente a la que realmente le
interese la vea varias veces. Porque yo creo que es una exposición que en una
sola visita no alcanzas a digerirla; hay mucha densidad y complejidad en cada
obra como para que sea entendida en un vistazo», sostiene.
«Cada obra que ves aquí es un mundo».
Acompañando la revisión en el MAM, la galería Hilario Galguera inauguró el
martes Canción de la muerte pequeña, muestra que presenta en la
planta baja de Francisco Pimentel 3, Colonia San Rafael, obra reciente del
pintor.
«Hay una salita muy bonita con obra de menor formato, que es un
acompañamiento a mi exposición de parte de la galería con la que he trabajado
los últimos 15 años. Es un pequeño responso a este proyecto, y vale mucho la
pena echarle un ojito», invita Lezama.
«Va a haber un poco de todo: un poco de cerámica, de escultura, de
pintura, de gráfica. Algo tal vez un poquito más variado, pero en pequeña
escala».
TIEMPOS DIFÍCILES PARA LA CULTURA
El mundo, dice Lezama, está cambiando, «y es mi punto de vista que no está
cambiando para bien».
«Pienso que México lleva mucho tiempo en una crisis que se ha acentuado de
alguna manera; una crisis que tiene que ver, precisamente, con todo el tema
psíquico. La psicología del mexicano, la psicología de la Nación, es algo que
no tiene terapia.
«Digo a veces, de broma, que desde que murió Juan Gabriel se nos murió el
psicólogo», ironiza.
«Y yo siento que sí necesitamos un renacimiento del amor y de la
solidaridad, y de nuevo reconstruir la visión de futuro. En eso, mi diagnóstico
es que sí necesitamos trabajar nuestra psique; no estamos bien».
A opinión suya, de la forma en que un terapeuta asiste a un individuo, para una
sociedad que está en problemas su cultura tiene que dar la respuesta; «es
la responsabilidad de sus artistas», remarca.
¿Has asumido tal responsabilidad con tu pintura?
Si esto es la tarea de mi trabajo, la es sin serlo. O sea, es mi tarea sin ser
mi tarea. Mi tarea es soñar e inventar cuadros, es bucear dentro de lo
profundo, no es ponerme de cruzada a salvar o denostar alguna realidad, sino
seguir en lo mío.
Y para mí, seguir en lo mío es el gran logro, y a veces no es fácil. No es un
mundo fácil para la cultura, éste no es un mundo fácil ahorita para los
artistas. Hay una crisis económica mundial y local; no es fácil vivir y no es
fácil concentrarse en lo que uno debería.