Pedro Peñaloza
“El discurso no es simplemente lo que manifiesta
o lo que oculta: es lo que produce”.
Michel Foucault
Existe una verdad
irrefutable y pública: el titular del ejecutivo federal ha utilizado sus misas
de 7 para tratar de desprestigiar y denostar a quienes opinan distinto a los
planteamientos oficiales. Y ahora más, en tiempos electorales.
Sus ataques parten de
una superstición que se puede sintetizar así: “todos los críticos son
conservadores y defienden sus privilegios”. No importa quién se atreva a
ejercer su libertad de expresión, pueden ser de la academia, del ámbito
cultural, del feminismo, los familiares de desaparecidos, periodistas,
etcétera. Todos son “conservadores” y hasta “neoliberales”.
El maniqueísmo del
inquilino de Palacio es grotesco y de abierto tono autoritario. No defiende
ideas, únicamente dogmas mediante coartadas escapistas y frases simplistas,
como aquello de “yo tengo otros datos”, los cuales, por cierto, nunca los da a
conocer. Sus desplantes riñen, incluso, con las cifras oficiales. Mete a
martillazos sus creencias, de ese manual religioso que inventa periódicamente.
La matine presidencial
es el foro inventado para imponer una agenda pública que intenta exorcizar la
dura realidad mexicana y con ello dar paso a la frivolidad y a las ocurrencias.
Además, para cumplir con sus humores, tiene a disposición los canales
televisivos del Estado, que deberían ser espacios para la reflexión y la
pluralidad, hoy son simples propagandistas del monólogo presidencial. Y qué
decir de la editorial estatal, el FCE, hoy convertida en un club de corte
estalinista, donde es imposible publicar algún texto de carácter crítico al
grupo en el poder.
Otra característica que
tiene el exjefe de gobierno es su reiterada amnesia, por llamarle de alguna
manera, al incumplimiento de sus promesas electorales. El desastre en seguridad
pública y la anémica situación que vive la salud pública son dos pruebas
contundentes de los temas que son cubiertos con el manto de la demagogia
pueril.
En efecto, el presidente
no debate, hacerlo implicaría igualdad de circunstancias, lo cual no sucede. El
señor de Palacio usa los recursos y tiempos del gobierno para imponer sus
dictados e intentar callar a los distintos. Seguramente en un debate con
condiciones equitativas López Obrador sería derrotado. Exactamente por eso le
tiene pánico. El mejor ejemplo fue la falta de voluntad para modificar el
impedimento de su asistencia a presentar el informe presidencial.
El habitante de Palacio
pelea con el espejo. Desde su cómoda vivienda ejerce la impunidad. Es el
soliloquio de quien vive en una nube, mientras el país sigue teñido de sangre.
Y él, sigue hablando de abstracciones. Ese es su debate.
@pedro_penaloz