‘ADIÓS, SEÑOR HAFFMAN’, DRAMA FRANCÉS SOBRE OCUPACIÓN NAZI

‘ADIÓS, SEÑOR HAFFMAN’, DRAMA FRANCÉS SOBRE OCUPACIÓN NAZI

En opinión de Fred Cavayé, buena parte del cine francés ha cometido un pecado: cuando se narran historias sobre la Ocupación Nazi, sobran héroes del lado galo, pero faltan villanos.

No se refiere a colaboracionistas de estatura política, como el regimen títere llamado Francia de Vichy, que ayudó a que al menos 75 mil judíos fueran deportados y exterminados.

Más bien de personas sencillas, civiles codiciosos, soplones, ciudadanos anónimos que acabaron convertidos en seres infames para la memoria del país europeo.

Su más reciente filme, el claustrofóbico drama Adiós, Señor Haffmann, que ocurre en su mayor parte tras los muros de una casa parisina en 1942, da cuenta de uno de ellos.

«Hay un tema principal (en el filme) que es la noción del valor en todos los sentidos del término y, sobre todo, la barrera que no se debe cruzar para caer en el mal en situaciones muy angustiosas como la que se retrata, en este caso bajo la Ocupación».

«Este es un tema poco tratado en el cine francés. Digo que hemos glorificado mucho a los resistentes, pero no hablamos lo suficiente de la gente que se portó mal», dice el realizador en entrevista.

Adiós, Señor Haffmann nace de la obra de teatro homónima de Jean-Philippe Daguerre, un viejo amigo de Cavayé, que puso su foco en derroteros como la expropiación de bienes y obras de arte a los judíos.

Sin embargo, Cavayé pidió permiso para hacer una adaptación libre sobre ese multipremiado montaje y posar su mirada en ese otro tema; «la autopsia de un canalla bajo la Ocupación», explica.

Las tres piezas principales del ajedrez con que juega Cavayé se llaman Joseph Haffmann (Daniel Auteuil), Francois Mercier (Gilles Lellouche) y Blanche Mercier (Sara Giraudeau).

El primero es un exitoso joyero judío y el segundo, su aprendiz, un hombre que aspira diseñar hermosas piezas y tener una tienda como su patrón.

La oportunidad la obtiene cuando la maquinaria nazi comienza a censar y a buscar judíos: Haffmann debe huir, así que «vende» su propiedad a su asistente y su mujer, quienes deberán devolvérsela al acabar la guerra.

Pero Haffmann vuelve la misma noche de su fallido escape: los caminos están vigilados al extremo y necesita guarecerse, así que acaba escondido en el sótano, a merced de lo que el nuevo jefe, Mercier, quien ahora lo tiene todo, diga.

Esta historia se cuenta bien tal cual es, es decir, a puerta cerrada. Lo que nos interesa es la evolución psicológica de estos tres personajes y sobre todo de lo que sucederá al final.

«Para el Sr. Haffmann, además, el título es un verdadero thriller. Adiós, Señor Haffmann. Es decir, ¿cuándo le vamos a decir adiós? ¿Y qué le va a pasar?».

El largometraje, rodado durante la pandemia, funciona con potencia escénica gracias a la dirección de Cavayé, que logra que el espectador no deje de sentirse incómodo, temeroso por el joyero judío.

Con cámara en mano, filmó el interior de la otrora casa de Haffmann, ahora ocupada por alguien más, al igual que la misma Francia, y para generar tensión privilegió quitar en la edición final buena parte de la banda sonora.

«En el cine a veces necesitas la música, para cambiar el color de la escena y reforzar ciertas cosas. Y a veces es interesante prescindir de ella para sublimar ciertos momentos y hacer una diferencia en lo que el espectador va a sentir. Fue un largo proceso de reflexión».

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