Formados
en una hilera, a la sombra reconfortante del Auditorio Nacional durante este
sábado caluroso, cinco músicos y una abogada nacidos en Afganistán, todos
jóvenes y de buenas, sonríen para una foto grupal, quizá todavía un tanto
agobiados por el jet lag, pero indudablemente contentos.
Apenas el día anterior, a las 8:20 horas del viernes 29 de abril, el grupo de
tres mujeres y tres hombres arribó al Aeropuerto Internacional Benito Juárez
desde Teherán, descubriéndose en un país incógnito para ellos pero que promete
algo que, sin exageración alguna, bien puede llamarse una nueva vida.
Lejos
ya del régimen opresivo que los obligó a dejar sus hogares y a sus familias, se
preparan para asistir a la función de La Cenicienta que, con
motivo del Día del Niño, ofrecía ese sábado el Ballet de la Ciudad de México.
Entre ellos, de jeans, saco negro, lentes oscuros y el cabello cubierto, está
Sharifa Hussaini, cantante, guitarrista, e intérprete de dambora, un laúd de
cuello largo y dos cuerdas proveniente de Asia central.
Aunque ha dedicado la mayor parte de su vida a la práctica del instrumento
tradicional, llegó desde Afganistán con una dambora casi nueva, la única que
posee en este momento, y que adquirió durante su estancia transitoria en Irán.
‘ME DIJERON: UNA MUJER NO DEBERÍA SALIR’
Luego de 6 años de trabajar libremente para la Global Partnership for
Education, fondo internacional que promueve la educación en países en
desarrollo, Hussaini atestiguó cómo, tras dos meses de una ofensiva militar,
Kabul cayó en manos del Talibán el 15 de agosto de 2021.
De inmediato, recuerda en entrevista, comenzaron las redadas.
«Cuando llegaron a mi cuarto, me dijeron: ‘Eres una cantante, eres una
mujer, y una mujer no debería salir de su casa, así que deberías quedarte en tu
casa sentada y no trabajar'», relata. «Escondí mi dambora en la
esquina de mi cuarto, pero, por desgracia, la encontraron y la rompieron».
Esta historia es común para el grupo de seis jóvenes afganos que, gracias a los
oficios de las organizaciones Cultures in Harmony y el Proyecto Habesha,
lograron llegar a México para continuar con su educación y ejercer su profesión
en paz.
El violinista estadounidense William Harvey, concertino de la Orquesta
Sinfónica Nacional, quien instrumentó la llegada del grupo, eligió que en el
Auditorio Nacional se tomara la foto grupal como un gesto simbólico del
porvenir de los recién llegados.
Fundador y director de Cultures in Harmony, que promueve el diálogo cultural a
través de la música, el intérprete sabe que hay cosas que jamás deberían darse
por sentadas.
«La música es esencial para todos los seres humanos, en todas las
culturas, que tienen derecho a expresarse a través de la música y, ahorita,
otra vez, el único país en el mundo donde la música es ilegal es
Afganistán», lamenta.
«Lo que a veces le cuesta entender a la gente en el Oeste, tanto en México
como en Estados Unidos, es que piensan que sólo la música occidental está
prohibida, pero eso no es cierto: es toda la música, incluyendo la música
tradicional de Afganistán».
PROHIBIR LA MÚSICA
Entre 2010 y 2014, Harvey fue maestro de violín en el Instituto Nacional de
Música de Afganistán, en Kabul, como parte de un esfuerzo colectivo para
devolver lo esencial al país asiático.
«Esa experiencia fue una de las, si no la más, importante de mi vida,
porque cada día estuvimos luchando para traer la música al único país donde fue
ilegal entre 1996 y 2001, bajo el primer mandato de los talibanes»,
expone.
Según explica el concertino, los talibanes tienen una interpretación radical
que, aunque no se trata de una restricción explícita en el Corán, señala
tajantemente que está prohibida para el Islam, contradiciendo así una rica
tradición milenaria de música de los pueblos musulmanes.
En agosto de 2021, con la toma de Kabul, Harvey recibió de inmediato una
cascada de mensajes de músicos que, con razón y pesadumbre, sabían que la
prohibición de su arte estaba cerca. Una lista, lamenta, que hoy todavía
asciende a 326 músicos que piden ayuda.
Lejos de la cara propagandística de mayor tolerancia y apertura que buscó
ofrecer en un principio, el régimen talibán comenzó pronto con la prohibición
en público y con la destrucción de los instrumentos de sus practicantes.
La vida de Hussaini, como la de Azheena Jahanbin, Abdulmajeed Andkhoie,
Nasratullah Popal y Mustafa Naeebi, los cinco jóvenes músicos que han llegado a
México, tiene aquí, por fin, la oportunidad de retomar su curso.
‘LAS MUJERES NO TIENEN NINGÚN APOYO’
Con ellos, además, llegó Zakia Malik, abogada egresada de la Facultad de Leyes
de la Universidad de Kateb que representa también, por el sólo hecho de querer
ejercer su profesión, todo lo que el talibán desea abolir.
Como empleada del Departamento de Género en el Ministerio de Finanzas de
Afganistán, el derrocamiento del Gobierno de su país la puso directamente en el
foco de las prohibiciones del nuevo régimen.
«Nuestra labor, nuestro deber, era defender los derechos de las
mujeres», dice Malik, con orgullo.
«Cuando llegaron los talibanes, cuando cayó Afganistán bajo sus manos, nos
quedamos sin trabajo, así que nos quedamos sentadas en casa y los talibanes nos
dijeron que, después de esto, ya no podíamos ir a las escuelas, universidades,
y tampoco podemos tener trabajos, especialmente en Ministerios de Estado»,
expone.
Esto, explica la especialista, pone en peligro mortal, por la precariedad
económica que esto supone, a un gran número de mujeres en el país.
«Actualmente, en Afganistán, las mujeres no tienen ningún apoyo en sus
vidas, entonces necesitan tener trabajos, educación, pararse por su propio pie,
pero, por desgracia, todas están hoy sentadas en casa», denuncia.
NUEVOS PLANES
Gracias al programa «Educación Universitaria en Emergencias», que
Proyecto Habesha ha llevado a cabo desde 2014, primero con refugiados de Siria,
Malik y sus compañeros de viaje podrán rehacer sus oportunidades a través de la
vida académica.
«Desde Proyecto Habesha se implementa un plan de integración para que las
y los estudiantes, en especial para aquellos que no hablan el idioma español,
puedan, en la ciudad de Aguascalientes, donde es nuestra sede, aprender el
idioma para que, una vez que ellos ya estén preparados, tengan las herramientas
para continuar con su educación superior», explica Rosa Guel, Coordinadora
de Recepción y Acompañamiento, quien apoya al grupo.
Malik, como el resto de sus compañeros, tiene claro qué es lo que sigue.
«Ahora que conseguí esta beca y esta oportunidad, después de un año de
estudiar el idioma, buscaré empezar mi maestría en Derecho para seguir mi
camino y trabajar con las niñas que perdieron sus esperanzas en Afganistán por
el Talibán», declara.
Por su parte, con su nueva dambora iraní, Hussaini ya puede volver a tocar y a
cantar en México. Para ella, sólo era cuestión de tiempo antes de volver a
hacerlo.
«Nunca perdí mi camino ni mi objetivo y, con suerte, podré continuar con
mi deseo con fuerza», celebra.
A la espera de que dé la hora para entrar a la función de ballet en el
Auditorio Nacional, los cinco músicos y la abogada de Afganistán se toman una
fotografía, sonrientes, en un país donde la música no sólo es libre para
tocarse en cualquier sitio, sino que llena recintos tan colosales como el que
ahora los recibe en la Ciudad de México.
Miles de músicos en Afganistán todavía aguardan por una oportunidad similar.