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Cd. de México (17 marzo
2022).- El aclamado cineasta africano Mahamat-Saleh Haroun ve simple y natural
el asumirse como feminista.
«Yo pertenezco a una
mujer, mi madre, porque nací de ella. Todos pertenecemos a una mujer. Todos
deberíamos ser feministas: nadie le desea el mal a su madre o a alguien como
ella», medita en entrevista el chadiano, realizador de filmes como Abouna.
El cambio de mirada le
llegó con Lingui, The Sacred Bonds, su más reciente título, disponible en la
plataforma Mubi. En él, por primera vez en su filmografía, pone a las mujeres
al frente de su cine.
Aplaudido en la
Competencia Oficial del pasado Festival de Cine de Cannes, es un drama de
supervivencia tan electrizante como brutal. También de sororidad ante el
patriarcado.
Amina (Achouackh Abakar
Souleymane) es una madre soltera que vive con María (Rihane Khalil Alio), su
hija de 15 años, a las afueras de Yamena, haciendo artesanías. La chica le
confiesa que está embarazada, se niega a revelar quién es el padre y quiere abortar.
La progenitora, aunque
desea ayudar a su pequeña, entra en crisis. No sólo la ley del país
centroafricano condena la práctica, sino que también el Islam, la religión
mayoritaria, la reprueba.
La situación, en una
sociedad en la que supone una vergüenza estar encinta y no tener marido, es un
callejón sin salida. Uno, además, semántico.
«La palabra
violación no existe en nuestros idiomas», dice Haroun. «Tenemos unos
60 o 70 lenguas, y no existe ese concepto. Eso significa que no se puede
pronunciar qué pasó. Las mujeres no pueden hablar de eso».
Es ahí donde entra el
«Lingui» del título, la solidaridad femenina. Son, por ejemplo,
enfermeras que se comprometen a practicar un aborto clandestino, una hermana
que le da joyas a Amina para conseguir dinero.
«Este ‘lingui’, la
ayuda mutua, era también algo masculino, pero los hombres están más interesados
en el poder y se olvidaron de ello. Las mujeres no. Como están oprimidas, la
solidaridad es la única manera de salir adelante.
«Mantienen en
secreto los problemas, pero pelean por solucionarlos. Es admirable. Ellas creen
que en algún momento las cosas cambiarán».
Además de drama, hay
belleza en la película de Haroun: está en la manera de fotografiar la
polvorienta Yamena, o el andar digno, pero adolorido, de Amina. Pero es una
belleza, asegura, que no es fin, sino vehículo.
«Soy el único
cineasta activo en Chad. La gente me detiene en la calle y me cuenta historias
y me pide contarlas. Me siento responsable. El cine debería ser eso. Los
cineastas pertenecemos a un lugar y tenemos que atender sus problemas».