Uriel Flores Aguayo
En la política y el gobierno, como en la vida toda, existe la
borrachera, en ciertos casos es por alcohol y en otros por soberbia; el
problema es que le sigue, invariablemente, la cruda o resaca, que es como una
agonía; puede matizarse con drogas, pero únicamente prolonga un estado que, en
poco tiempo, estará en crisis. Todo eso está pasando en estos días con el
bloque de poder. Los domina la desmesura y una extrema soberbia; no dan razones
de sus actos ni dialogan con las oposiciones y la sociedad. Se muestran con
niveles de vulgaridad impropios para sus carreras e investiduras.
Es de lo peor que hemos visto en la historia de México. Es un rápido
compendio de autoritarismo. Instalados en una burbuja van rápido en sus
propósitos anti democráticos y no se detienen ante nada, sin mostrar mínimos de
decoro.
Por supuesto hay niveles en el oficialísimo: hay cultos y bárbaros, hay
quienes intentar argumentar sin éxito y leperos, hay de carrera y amateurs, hay
defensores auténticos y oportunistas arrastrados. Sin pensarlo están restando
legitimidad a su mayoría electoral, armada artificialmente, por cierto, y
complicando una administración que inicia. Tienen mucho poder, lo quieren todo.
Sueñan con una especie de monarquía o, de perdida, con una dictadura.
Están desfasados del mundo y la información con que cuenta la sociedad. Todo el
poder implica toda la responsabilidad. Tendrán que asumir los costos políticos,
sociales y económicos de sus decisiones. Como la locura de reforma judicial.
No tendrán manera racional de seguir culpando a otros. La concentración
de poder es nociva para ellos mismos, pero peor para una sociedad normal.
Siempre será intrigante conocer las motivaciones, condición humana, de
quienes siguen a un líder poderoso y carismático incluso en las más estúpidas
ocurrencias y medidas. Pasa que una vez dada la orden todos se alinean y hacen
malabares para que se cumpla, a pesar de tratarse de barbaridades. Recuerden a
Hitler o a Fidel Castro. Obviamente hay intereses particulares de por medio,
eso no lo dudo, pero resulta inquietante escarbar en los pensamientos de
quienes operan y dirigen la línea del máximo líder y observar el entorno del
momento.
Es necesario observar a la sociedad en su apatía o crítica, en su
información o ignorancia, en su adhesión al poder o en su resistencia. Es un
fenómeno social que invita a reflexionar y participar en algún nivel.
La borrachera significa excesos y desfiguros, es lo que estamos viendo.
Será apasionante verlos cuando sean tiempos de cruda, no solamente cuando
pierdan elecciones sino también en casos individuales de quienes caigan en
desgracia, sean brutalmente incompetentes o sean agarrados con las manos en la
masa.
Lo que en la política oficial es borrachera, en economía ya es una
incipiente cruda. Sin crecimiento y con un elevado déficit, ahora toca pagar
los platos rotos.
Se acabó la fiesta, se infló una burbuja de consumo y liquidez para
ganar las elecciones. Estamos en problemas. No es sencillo bajar el déficit
presupuestal, seguir alimentado a los elefantes blancos y sostener una
desbordada política social. La realidad es la realidad.
Si no fuera por las remesas estaríamos en crisis profunda. Y la economía
es arrastrada por la política, por los afanes de concretar más poder. Hay
inestabilidad. Lo saben bien en el gobierno.
Es un suicidio económico mantener la ruta de la irracional reforma
judicial, por ejemplo. Su problema es que la tienen muy difícil con el jefe
máximo. Los vigila en las sombras.
Están en una nada grata disyuntiva: siguen en la borrachera y delirando
grandeza o inauguran una mínima sensatez para salir del abismo en que están
cayendo. Su poder no los salva de la crisis como no les sirve para atender la
brutal violencia que México está padeciendo.