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Al transitar por las calles enfrentan un
ambiente en el que sus vidas están en riesgo; el espacio público está
monopolizado por el automóvil, indicó Rocío García Flemate.
En la Ciudad de México hay 5.4 millones de vehículos
particulares registrados, lo que implica que, en promedio, hay un automotor
particular por cada dos habitantes, sin contar motocicletas, transporte de
carga, ni de pasajeros.
A lo
anterior se suma que en los procesos de expansión de las ciudades se ha dado
prioridad a la motorización de los desplazamientos; es decir, el espacio
público es monopolizado por el uso del automóvil, lo que genera un ambiente
hostil para los grupos de la población más vulnerables: las infancias, personas
con discapacidad, adultos mayores, mujeres, personas en situación de calle,
indicó Rocío García Flemate, estudiante de maestría del Posgrado de Urbanismo.
Al participar en el Coloquio Ciudad en Movimiento.
Accesible, caminable e interconectada. 2a etapa, Charla con expertas, expresó:
según estimaciones del Instituto de Políticas para el Transporte y el
Desarrollo, a escala nacional 80 por ciento de los recursos para proyectos de
transporte y movilidad se destina a obras de ampliación y mantenimiento de la
infraestructura vial para autos particulares.
En el país, abundó, los accidentes de tránsito son la
principal causa de muerte en la población infantil, ya sea violenta o
accidental. La OMS ha considerado a estos eventos como un problema de salud
pública global, pues en el mundo un promedio de 1.24 millones de personas
pierden la vida de esa manera, 21 por ciento de ellos son menores de 14 años,
sobre todo cuando son peatones.
El Instituto Nacional de Estadística y Geografía señala que
41.4 por ciento de niñas y niños mayores de tres años se desplazan a la escuela
caminando, “lo que permite concluir que cuando las infancias salen a la calle
enfrentan un ambiente en el que sus vidas están en riesgo porque en la
configuración de las ciudades no se consideran sus necesidades, ni sus
características”.
Ello nos muestra que se trata de un ambiente hostil para
esa población y para la ciudadanía en general. “Además, está el hecho evidente
de que niñas y niños poseen características distintas a las de los adultos en
múltiples aspectos: cognitivo, conductual, físico, dimensiones, estaturas,
etcétera, pero también los pequeños tienen formas específicas de movilidad que
los convierte en un grupo vulnerable en este contexto urbano vial”, apuntó la
universitaria.
Al salir a las calles, “nos encontramos con un ambiente de
tránsito complejo, en constante cambio y exigente en el sentido de que nos
obliga a poner en marcha en un tiempo corto una diversidad de procesos
cognitivos complejos los cuales aún se encuentran en desarrollo en las
infancias como la percepción, atención, toma inmediata de decisiones, capacidad
y velocidad de reacción, identificar y medir el peligro, riesgos que se
transforman constantemente conforme sus etapas de desarrollo avanzan”,
enfatizó.
Se refirió también a PROPedregales Coyoacán, A.C., en el
que participa, cuyo objetivo es la enseñanza a niñas, niños y adolescentes para
trasladarse en la ciudad desde la experiencia y el aprendizaje. “Tratamos de
recuperar los planteamientos de la movilidad como un proceso en el que las
personas puedan relacionarse con el entorno y el espacio en el que transitan y
con todo lo que en él se desarrolla: mobiliario, personas, dinámica, etcétera”.
García Flemate resaltó que es importante superar esa visión
de la educación vial a través de mostrarles cómo funciona el semáforo, el
significado de las líneas y símbolos viales, normas para conducir o caminar en
la calle.
Explicó que el propósito es que reconozcan su estatus
activo como habitante, usuario y productor del espacio público por medio de
procesos de intervención participativa, así como de movilidad segura y
responsable.
Parte de la metodología es el fortalecimiento de
habilidades psicosociales para hacer frente a la cotidianidad, pero también
tiene un corte constructivista en el que son protagonistas de ese proceso.
“Buscamos partir de lo que ya saben y conocen, reconociendo que los adultos no
somos poseedores totales ni creadores totales del conocimiento, sino una guía
que comparte lo que sabe de lo aprendido, para juntos construir a partir de la
experiencia”.
FUENTE: UNAM