En la cancha, en las gradas, hay mujeres
por todas partes. Golpes, fintas, chilenas, los corazones que laten bajo las
camisetas de Les Lyonnasses o de Les Touffes. El termómetro roza los 40 °C el
18 de junio de 2022 y no hay sombra. “¡Nos vamos a volver lesbianas!”, bromea
una de ellas. Este sábado de canícula, en el polideportivo Maryse-Hilsz, cerca
de la Puerta de Montreuil, en París, equipos de chicas de toda Francia
defienden los colores del Bayern de Monique, el Toofball Club de Caen y del
Olympique Montmartre. El torneo está organizado por Les Dégommeuses (“Las que
arrasan”), pionero de estos equipos de lesbianas, que celebra su décimo
aniversario. Al margen, Alice Coffin, concejala del grupo ecologista Los Verdes
de París, espera su partido.
A los
44 años, con las piernas ya un poco lentas, la
activista feminista abandonó ese día a Les Dégommeuses por el veterano equipo Les Vieilles Gouines
(VG, “Las Viejas Lesbianas”) sin perder la gracia: “El humor compensa nuestro
pésimo nivel, esa es nuestra esencia”. Dispuesta a unirse a un equipo de
cuarentonas, Alice saborea el calor repentino, la multitud de chicas felices en
el césped, aquellas que se rocían para refrescarse sin camiseta, el equipo de
sonido en el que se reproduce a las cantantes Pomme, Adele o Cléa Vincent (“No
tengo el sexo de un chico, pero sí lo necesario para hacerme escuchar”, se oye
en una de las canciones). Con su camiseta roja de las VG, rodeada de sus
amigas, Alice vive “un momento lésbico”. Está en la luna.
Imagínate a doscientas jugadoras
lesbianas, no binarias y transexuales en un estadio para-ellas-solitas, sin
ningún hombre cisgénero a la vista. “Esas personas que suelen ocupar todas las
canchas de futbol”, en palabras de la misma Alice.
Durante su infancia en París,
ella sentía
celos de sus tres hermanos, locos por el futbol. Sus shorts, sus rodillas
raspadas, el espíritu
del club, todo la hacía soñar. “Pero
había comprendido que nunca jugaría. Estaba prohibido, igual que ser lesbiana”.
Alta y bien formada, cálida y susceptible, lleva jugando de defensa desde que
dio rienda suelta a su libido, cuando tenía como 20 años: “La defensa es la
última barrera antes de la portera, está ahí para sacar y meter el balón.
Básicamente, es como mi vida: en cuanto hay un hueco, recupero el pase y lo
devuelvo”.
En su
activismo juega una posición
similar. Cuando recién había sido elegida como concejala en 2020,
Alice y algunos miembros de la asociación Osez le féminisme! ejercieron presión
sobre Christophe Girard (el histórico diputado de cultura del Ayuntamiento de
París) por su amistad con el escritor Gabriel Matzneff, acusado de pedofilia
por la escritora Vanessa Springora. En medio del consejo municipal, Alice le
gritó a Girard: “¡Es una vergüenza, es una vergüenza!”, con la misma vehemencia
que puso la actriz Adèle Haenel cuando abandonó los premios César para
denunciar a Roman Polanski.
Ese
mismo año,
Alice impulsó la
causa queer con un ensayo atronador, Le génie lesbien, publicado por
la editorial Grasset. Su última victoria data de hace unos meses:
¡La palabra lesbiana entró en el
Consejo de París! No hace mucho, cuando les envié un correo electrónico a mis
colegas sobre la Conferencia de Lesbianas, fue a parar a la carpeta de correos
no deseados, como todo lo relacionado con el culo.
Esta
serie de ataques provocaron que la demandaran por difamación e insultos
públicos, que la amenazaran de muerte y la pusieran bajo protección policial
durante varios meses.
Cuando la revista Valeurs Actuelles la
retrató como una “arpía del feminismo”; cuando la filósofa Elisabeth Badinter
denunció “los excesos de su neofeminismo combatiente”, Alice se puso los tacos.
Su válvula de escape es “entrenar con sus amigas”.
Dos
veces por semana, dirigidas por su entrenadora (escrito entraîneure y
no entraîneuse por
resultar confuso, según una jugadora), Les Dégommeuses se reúnen a practicar en
un estadio. Su fracción de campo, la mitad de una cancha reglamentaria, se ha
ido ganando poco a poco. En palabras de Verónica Noseda, una de las miembras
más antiguas, para ellas la importancia de acudir a los estadios radica en que
el futbol sigue siendo un bastión de la masculinidad
y un ideal de virilidad. De niños, los chicos aprenden sobre la cooperación, la
conquista del espacio, el manejo de la agresividad, la cohesión… todas las
herramientas de emancipación que siempre han estado prohibidas para las
mujeres.
En el pueblo del Finisterre donde nació
hace 46 años, Cecile Chartrain soñaba con jugar en “la Copa del Mundo con
Rocheteau y Platini”. A los 7 años, cuando era una pequeña rubia de pelo largo,
jugaba en el club de su ciudad, y era la única niña en las fotos del equipo.
Después de unos cuantos partidos, los niños ya no hacían ninguna diferencia,
pero cuando el equipo jugaba de visitante, las cosas solían ir mal para Cecile:
“Tienen una niña, vamos a darles una paliza”, se burlaban los contrarios. Un
día, después de marcar tres goles para el equipo de su ciudad, el entrenador
del equipo contrario le dijo: “El futbol jugado por chicas no es algo agradable
a la vista”. Silencio en su cancha.
A los
13 años, la edad en que crecen los senos y
aparece la menstruación, le
pidieron que se cambiara en el closet de las escobas. Ese fue el fin de la
inocencia. Privada de vestidor y de camaradería, marginada en la banca, terminó por abandonar su club entre lágrimas.
Nadie la retuvo. Cuando quiso unirse al único equipo femenil de la región, a
treinta kilómetros de su casa, tampoco hubo nadie que la animara a hacerlo. “Es
un nido de lesbianas”, les dijo su entrenador a sus padres. “¿Qué es una
lesbiana?”, preguntó Cecile, quien descubrió su orientación sexual a los 20
años, durante sus estudios en Rennes.
Tiempo después, en París, la joven retomó
el gusto por el futbol, pero se dio cuenta de que su deporte favorito, además
de sexista, era lesbofóbico. De ahí la aventura comunitaria, que no había
previsto al principio. Con un equipo pequeño de chicas, todas activistas del
grupo de acción feminista La Barbe, empezó a darle patadas al balón en los
parques. Junto a otra amiga intentó unirse al Paris Arc-en-Ciel, el equipo
LGBTQ+ más antiguo de la capital, “pero, como en otras partes, los hombres se
apoderaron de todo y fue imposible encontrar un lugar”. Anne Susset, con quien
después fundaría Les Dégommeuses, aún recuerda esa época:
La idea era combinar el deporte y el activismo
feminista para conquistar un pedacito del espacio público. No obstante, era un
infierno, los hombres no dejaban de invadir nuestro espacio.
En
2012 crearon su pequeño
bastión de chicas, Les Dégommeuses. En este equipo de futbol “feminista e inclusivo”, la “benevolencia”
es la norma y la “visibilidad lésbica” el objetivo. Los hombres no tienen
derecho a entrar. La primera victoria consistió en que el Ayuntamiento de París
les concediera dos espacios semanales de entrenamiento en el estadio
Louis-Lumière. En el vecindario obrero del distrito 20, a las orillas del
periférico, se les ve como unas rarezas con sus elegantes uniformes color verde
botella y sus cortes de pelo queer.
Conseguir el derecho a jugar en horarios fijos fue una primera victoria. Cecile
piensa que si las mujeres contribuyen al financiamiento de los estadios por
medio de sus impuestos (igual que los hombres), las instalaciones públicas de
acceso libre no deberían estar ocupadas en su mayoría solo por ellos. […]
Virginie Despentes, lesbiana desde 2004 y
aficionada al futbol, entrenó con Les Dégommeuses por un tiempo y pronunció un
extenso discurso el 24 de junio de 2022 en la fiesta de clausura del torneo en
La Flèche d’Or, un bastión histórico de las luchas y celebraciones LGBTQ+,
recordando los días heroicos del equipo:
Se trata de derribar los estereotipos de una sola
patada… Ganar terreno, ocupar el espacio que los hombres están acostumbrados a
reservarse, se trata de ganar siempre visibilidad para existir […] Ganar
terreno cuando trabajamos en las nociones de feminismo y política no es nada
banal.
El público aplaudió como una sola mujer. En “Gouinistan” (“Lesbianolandia”), como llaman a su territorio sociopolítico, sexual y cultural, Despentes es una
estrella, a la altura de Megan Rapinoe, la mejor jugadora de la selección
femenina de futbol de Estados Unidos, capitana de la franquicia OL Reign de
Tacoma y ganadora del Balón de Oro 2019.
Estas
futbolistas no solo hacen política
con los pies. “El
futbol es ante todo un juego, pero también puede ser un vector de cambio
individual y social”, anuncia el sitio web del equipo francés.
Entre
los miembros de este club interseccional hay personas en situación de pobreza, inmigrantes indocumentadas,
exiliadas de Mali o Burkina Faso y mujeres que se cubren la cabeza con
pañuelos, las cuales tienen su propio equipo, Les Hijabeuses (“Las del hiyab”),
y luchan por el uso de símbolos religiosos durante los torneos oficiales.
Cuando no están jugando, las lesbianas atacan el pavimento parisino marchando
alegremente bajo lemas provocadores: manifestaciones por el matrimonio
igualitario, el derecho a la reproducción asistida para todos, tortilleras
contra la extrema derecha, marchas por las mujeres indocumentadas, el Día de la
Visibilidad Lésbica (26 de abril).
Comprometidas con todas estas luchas, las futbolistas se distinguieron en su
propia cancha vilipendiando a las autoridades futbolísticas. El 20 de junio de 2020
desplegaron una pancarta en el hotel de la Marine, el escaparate parisino de
Catar: “La FIFA mata” y denunciaron la violación de los derechos humanos en el
emirato que organiza la Copa Mundial de Futbol.
También tienen en la mira a la Federación Francesa de Futbol (FFF) y a la selección femenina francesa. “Todas van de rosa, todas con el pelo
largo, se llaman el ‘equipo de la coleta’”, dijo en una ocasión Alice Coffin en
tono burlón. En los torneos internacionales, las jugadoras canadienses, belgas,
suecas o británicas se dan un beso en los labios. Nada de eso sucede en la
selección francesa, donde “salir del closet sigue siendo poco común y
complicado, como si la FFF quisiera borrar a las lesbianas; sin embargo, por
pura estadística, seguro que las hay”. La federación llama “Futbol para
princesas” a las campañas de sensibilización en las escuelas, y esto les pone
los pelos de punta a Les Dégommeuses; sin embargo, su afición es más fuerte: no
se privan de ver los partidos de los equipos franceses y no se pierden una Copa
europea.
En
París tienen su cita anual: la Copa Bernard
Tapine, también conocida como la Tapine, un torneo de futbol
de salón femenil bautizado con el más puro humor de vestidor lésbico (pues tapiner significa prostituirse),
que fue fundado en 2015 por el equipo de Baston et Courtoisie, un colectivo de
profesionales del cine. Anaïs Couette, presidenta del club y asistente de
dirección, trabajó con Céline Sciamma en Portrait de la jeune fille en feu,
“una película completamente lésbica”, según Virginie Despentes, que ganó el
premio de guion y la Palma Queer en el Festival de Cannes de 2019.
Para
las feministas de la industria cinematográfica,
el vínculo entre el Colectivo 50/50 (asociación que promueve la igualdad entre hombres
y mujeres y la diversidad sexual y de género
en el cine y los medios audiovisuales) y el equipo de Baston et Courtoisie es
natural. Activistas por encima de todo, las futbolistas se cruzaban de vez en
cuando en la marcha del Orgullo Gay, en las manifestaciones por el derecho a la
reproducción asistida y al matrimonio igualitario, y a veces en las reuniones
de Les Dégommeuses, con las que compartían la pasión por el futbol sin
atreverse a involucrarse.
En 2014, poco después de la aprobación de
la ley sobre el “matrimonio igualitario”, agotadas por la lucha contra Frigide
Barjot y sus tropas opuestas al matrimonio homosexual, necesitaban reunirse
entre mujeres y crearon Baston et Courtoisie (que significa “lucha y
cortesía”). Como su nombre indica, este colectivo es militante y benévolo.
En lo
que respecta al deporte, Baston et Courtoisie puede hacerlo mejor, según su presidenta:
Empezamos desde una posición muy baja y no hemos
subido mucho, quizá hasta el cuatro en una escala del uno al diez. Además,
nunca ganamos ningún partido, ¡excepto el de la homofobia!
Según la diseñadora Soizic Limage, un elegante pilar de Baston et
Courtoisie, “las
cosas están
mejorando, nos dejan en paz y las bromas son cada vez menos pesadas”. Ella cree
que, en unos años más, el futbol profesional femenil igualará al de los
hombres:
No es una cuestión de nivel, sino de medios. Los
hombres obtienen resultados porque consiguen cobertura mediática y
subvenciones.
Mientras tanto, este partido no ha terminado. Entre el humor y la rabia, la
sororidad crece en la cancha. Se avecina un nuevo momento lésbico.
Nota original de: Revista de la
Universidad
Autor
de la nota: Pascale Nivelle
Traducción
de: Edith Verónica Luna
Fecha
de publicación: noviembre de 2022
Con
el propósito de difundir voces se reproduce en su totalidad el artículo
publicado en el portal UNAM, con los créditos correspondientes y la fuente.