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Se expresa a través del resentimiento y la
irritabilidad y causa síntomas como dolor de cabeza, respiración acelerada y
agitación cardiaca
Ciudad
de México, 14 de octubre. – El Diccionario de las emociones es un proyecto de
divulgación de la Coordinación de Humanidades y la Facultad de Psicología, para
identificar y entender cómo manejar los sentimientos y estados de ánimo en
situaciones de crisis y desafíos.
La
primera etapa tuvo 12 temas (https://www.gaceta.unam.mx/especial-diccionario-de-las-emociones/),
que ya dieron paso a un libro. Ahora, en esta segunda temporada, empezamos con
la ira, esa furia e indignación que puede ser muy dañina.
Está
ligada a pensamientos distorsionados y negativos.
La
ira es una reacción emocional natural en el ser humano que, como otras
emociones, tiene objetivos de supervivencia (huir o defender), pero que, fuera
de control, puede incluso resultar letal.
Si
analizamos las definiciones que da la Real Academia Española respecto de la ira
obtenemos:
Ira:
sentimiento de indignación que causa enojo.
Indignación:
enojo, ira o enfado vehemente contra una persona o sus actos.
Enojo:
movimiento del ánimo que promueve ira contra alguien.
Vehemente:
que tiene una fuerza impetuosa. Un discurso vehemente/Ardiente y lleno de
pasión/ Dicho de una persona: que obra de forma irreflexiva, dejándose llevar
por los impulsos.
Podemos,
así, elaborar una nueva definición: la ira es un sentimiento de furia e
indignación contra alguien, representado con gran pasión, y en el que el
individuo se deja llevar por sus impulsos y, a menudo, actúa en forma
irracional.
La
Asociación Psicológica Americana (2010) reconoce la ira como la representación
más intensa del enojo, por lo cual parece más certero que muchos aspectos de
esta emoción sean definidos como parte del enojo.
¿Qué
la genera?
Dicho
estado puede surgir por situaciones aversivas, por ejemplo, cuando estamos
sometidos a estímulos dañinos o a situaciones muy desagradables, lo que explica
conductas como las que manifiestan pacientes con enfermedades que causan dolor
crónico y muestran con frecuencia sentimientos de marcada hostilidad. Otro
ejemplo claro es cuando en un partido de futbol los fanáticos enfurecidos
gritan insultos al árbitro por su penalización y hacen destrozos u ocasionan
peleas.
¿Cómo
se manifiesta?
Por
medio del resentimiento y la irritabilidad, puede causar síntomas físicos: una
persona enojada llega a desarrollar dolores de cabeza, aceleración de la
respiración o aumento de las pulsaciones cardiacas. Su conducta la puede llevar
a gritar, insultar e incluso golpear a los demás. La ira está ligada a
pensamientos distorsionados y negativos, que surgen en situaciones estresantes,
agobiantes y momentos que nos hacen sentir en peligro.
Cuando
dicha emoción se presenta de manera frecuente o desproporcionada, quien la
padece valora el contexto como algo terrible, aun cuando en realidad no lo sea.
Las reacciones limitan la comunicación, pues el proceso cognitivo se ve
limitado. La gente no piensa cuando está enojada y puede decir cosas y cometer
actos de los que tal vez se arrepienta.
¿Qué
pasa en el cerebro?
Se
liberan neurotransmisores que incluyen adrenalina, noradrenalina y dopamina,
los cuales son sintetizados a partir del aminoácido tirosina, cuya función es
preparar al organismo para la defensa o huida.
Esos
neurotransmisores generan un aumento de energía en el organismo para que éste
reaccione frente al evento amenazante. La descarga de furia perdura el tiempo
necesario, según la magnitud con la que el cerebro haya identificado la
amenaza.
Es
normal experimentar enojo o ira. La diferencia entre estas dos se encuentra
sobre todo en la intensidad, siendo la primera menos intensa que la segunda. Al
igual que muchas emociones, la ira en sí misma no es buena ni mala. Las
consecuencias de experimentarla dependen de cómo una persona reacciona a ella.
Puede
surgir en diferentes formas. Su expresión destructiva es la que nos viene a la
mente más fácilmente, como golpear o patear, pero también puede volcarse hacia
adentro y volverse autodestructiva, siendo nosotros mismos quienes recibimos
“sus golpes”. Esta forma de manejarla nos puede llevar a la depresión y a una
autoimagen devaluada.
Otras
personas pueden expresar el enojo de una manera pasivo-agresiva, muchas veces
derribando a otros, criticándolos y actuando con cinismo. Conductas que no sólo
lastiman a los demás, sino que también destruyen las relaciones. Algunos pueden
manifestar su molestia adecuadamente, haciendo uso de la inteligencia emocional
para operar hacia un objetivo específico.
En
ese sentido esta emoción puede motivar una interpretación adecuada de nuestro
entorno para generar respuestas saludables que fomenten el crecimiento y den la
oportunidad de conectarse emocionalmente con otros, fortaleciendo las
relaciones o para apoyar con firmeza una causa.
Estrategias
para controlarla:
Relajación
Respire
profundamente desde su diafragma. Respirar desde su pecho no lo relajará.
Imagine que su respiración sube desde su abdomen.
Repita
despacio una palabra o frase tranquilizadora como “relájate” o “calma”. Hágalo
mientras respira profundamente.
Recurra
a la imaginación. Visualice una experiencia relajante, ya sea de su memoria o
de su figuración.
Los
ejercicios lentos y no extenuantes, como el yoga, pueden relajar sus músculos y
hacer que se tranquilice.
Practique
estas técnicas diariamente. Aprenda a usarlas de forma automática cuando se
encuentre en una situación de tensión.
Reestructuración
cognitiva (cambiar la forma en la que se piensa)
Cuando
está enojado, sus ideas pueden volverse muy exageradas o demasiado dramáticas.
Procure reemplazar estos pensamientos por otros más razonables. Por ejemplo, en
lugar de decir: “Es horrible, terrible, se arruinó todo”; diga: “Es frustrante
y comprensible que esté yo disgustado; sin embargo, no es el fin del mundo y
enojarme no va a solucionarlo”.
Evite
recurrir a palabras como “nunca” o “siempre”, que pueden humillar y enojar a la
otra persona. Su uso puede hacerle pensar que su enojo es justificado, aun
cuando no fuera así.
Enfrentar
los problemas
No
todas las dificultades tienen solución, lo cual puede frustrarnos. Sin embargo,
en esos casos, lo mejor será enfrentar y manejar la situación.
Trace
un plan y vaya evaluando cada progreso. No se altere ni recrimine si las
respuestas no vienen de inmediato.
Aborde
el problema con esfuerzo y con las mejores intenciones, para evitar perder la
paciencia.
Mejor
comunicación
Al
tener discusiones acaloradas lo mejor es tranquilizarse, así como pensar bien
sus respuestas.
Evite
ponerse a la defensiva y escuche al otro para entender el trasfondo de los
reclamos. Así tendrá respuestas más acertadas.
Cambiar
de entorno
Procure
darse un “tiempo personal” para tomar un respiro de las demandas de su entorno.
Hacerlo
le ayudará a tener la mente más despejada para afrontar con raciocinio sus
futuras actividades.
Formas
en las que se puede usar para propósitos saludables
Desde
una perspectiva evolutiva, todas las emociones son apropiadas en ciertas
circunstancias y, cuando se experimentan en un grado adecuado, proporcionan los
recursos para operar de manera efectiva hacia un objetivo deseado.
De
acuerdo con lo anterior, la ira no es sólo una reacción agresiva. Puede
indicarnos el camino a seguir, dándonos información que nos permita
relacionarnos mejor con el mundo que nos rodea (y con nosotros mismos). Si la
vemos como una emoción que nos informa, podemos adaptar nuestra respuesta para
lograr objetivos saludables.
Ese
sentimiento promueve la supervivencia, puede tener un efecto tranquilizante
cuando se descarga, ofrece un sentido de control, motiva a resolver problemas,
nos energiza y conduce hacia objetivos específicos, nos permite darnos cuenta
de que algo es injusto, puede servir para fomentar la conexión emocional y
puede conducir a la autoevaluación.
Referentes
culturales
La
ira es una emoción que se representa muy bien en la pantalla. Grandes actores
han sabido encarnar la furia de sus personajes, lo que a menudo resulta en
escenas memorables.
Un
buen ejemplo de esto es el discurso de Denzel Washington en Training day,
(Antoine Fuqua, EE. UU., 2001), en el que interpreta a un hombre ególatra que
debe demostrar su poder a su comunidad para salvar su vida. Su rabia proviene
de lo más profundo, pero debajo de todo hay una sensación de desesperación.
En
la cinta Nightcrawler (Dan Gilroy, EE. UU., 2014) contiene una escena, en que
el ambicioso Louis Bloom (Jake Gyllenhaal) se transforma por completo en un
depredador desquiciado a través de nada más que un grito. Mientras miramos su
reflejo en el espejo roto, los ojos que nos ven son inquietantemente malvados.