Ocho de cada 10 personas adultas en México presentan sobrepeso u
obesidad, en Sonora, Colima, Baja California, Yucatán, Tabasco, Quintana Roo y Campeche,
señalaron especialistas en la UNAM, en el Seminario Permanente sobre Pandemias
y su Impacto en la Alimentación Sostenible.
La obesidad, es
un padecimiento complejo, acumulación excesiva o anormal de grasa o tejido
adiposo, y que puede perjudicar la salud. Tiene una diversidad de causas: “van
de los genes, a las personas, a las familias, a las comunidades e, incluso, a
las sociedades enteras”, explicó Martha Kaufer Horwitz, integrante del
Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán.
Es una
enfermedad “socialmente contagiosa” porque el entorno la puede favorecer.
Sus causas,
aseveró, van desde lo meramente biológico, incluyendo lo genético, hasta las
que tienen que ver con el consumo y producción de alimentos, sedentarismo, por
mencionar algunas. “La genética es determinante, pero se requiere de un
ambiente propicio para que se desarrolle la enfermedad. Obedece también a
causas sociales y ambientales”.
Los factores riesgo
son, en general, un metabolismo lento, incremento en el consumo de alimentos y
reducción de la actividad física. El primero se debe a que conforme avanza la
edad, el metabolismo de la persona va disminuyendo, a factores hormonales,
etcétera; el segundo tiene que ver con el ambiente “obesogénico”, la falta de
conocimiento de opciones más saludables para incorporar en la alimentación, el
sueño no reparador, excesos en la comida por problemas psicológicos o
emocionales, e incluso el consumo de algunos medicamentos, y el tercero, se puede
dar por limitaciones físicas, fatiga crónica, afecciones cardiorrespiratorias,
dolores musculares, entre otros.
Este padecimiento, da origen a otros,
como la diabetes tipo 2 y las enfermedades cardiovasculares. Pero, también hay
más consecuencias como el hígado graso, afecciones musculoesqueléticas o
renales, o baja autoestima y depresión que se vuelven círculos viciosos para
perpetuar la obesidad.
“Si desea identificar un riesgo adicional
se puede medir el perímetro de la cintura”.
Arriba de 90 en hombres y de 80 en
mujeres, se trata de una obesidad de tipo central que es la que confiere mayor
riesgo cardiovascular.
La científica mencionó que una de las
“justificaciones” para no atender la enfermedad es que hay personas obesas que
no tienen comorbilidades, como diabetes, hipertensión o problemas
osteomusculares. Pero 80 por ciento sí tiene alteraciones metabólicas; “hay que
tratarla independientemente de que éstas existan o no”.
Los objetivos del tratamiento son:
·
Adquirir hábitos saludables que permitan
mejorar la calidad de vida y la salud.
·
Reducir las comorbilidades, que
normalmente son crónicas y costosas en su atención.
·
Cada persona es única y requiere
tratamiento individualizado.
·
No hay dietas mágicas.
·
Centrarse en un cambio de conducta y no
en el peso.
·
Hay que quitarle peso al peso, y no
concentrarse en cuántos kilos se pierden y en cuánto tiempo.
·
Tener expectativas realistas
Por su parte, Simón Barquera Cervera, director del
Centro de Investigación en Nutrición y Salud del Instituto Nacional de Salud
Pública, coincidió en que el ambiente alimentario es muy importante porque
determina la adquisición y el consumo de alimentos. Lo que comemos tiene que
ver más con la disponibilidad, dinero, publicidad, etcétera.
La prevalencia de obesidad en nuestro país no siempre
fue así, aclaró. Es resultado de un entorno descuidado, y falta de regulación y
políticas para cuidar nuestra alimentación.
No fue sino hasta 2010 que en la agenda pública de la
salud estuvo este problema. El impuesto a la comida chatarra y refrescos se
implementó en 2014 y el etiquetado de advertencia en 2020. De ese modo, ahora
se presenta una estabilización en el incremento de la prevalencia, aun con la
pandemia de la Covid-19; “puede ser que estemos frente a la buena noticia de
que se empieza a controlar la curva de la obesidad”.
Tomar agua simple y no consumir nada que esté
empacado en plástico es muy importante. Además, la comida chatarra y bebidas
azucaradas son caras, por ejemplo, un kilo de mangos cuesta lo mismo que dos
litros de refresco de cola; consumir saludable es más barato. Es necesario
retirar toda esa comida de las escuelas, recomendó.
Contrario a lo que se dice, el impuesto a los
refrescos es una de las políticas mejor evaluadas en el mundo; más de 30 países
lo han implementado desde que México lo desarrolló y evaluó. “Se ha encontrado
que el consumo disminuyó cinco litros per cápita al año, es decir, miles de
toneladas de azúcar se dejaron de consumir, y eso en 10 años representará menos
muertes y ahorros en salud. Si se pudiera duplicar ese impuesto tendríamos más
vidas salvadas, y si se usara parte de esa recaudación para asegurar algunas
estrategias de salud pública, se mejoraría más esta perspectiva”, opinó
Barquera.
Además, el etiquetado tiene “resultados formidables”
en las evaluaciones preliminares. Miles de productos han sido reformulados por
la industria de comida chatarra para reducir la cantidad de sellos; además,
permiten al consumidor evaluar la calidad y tomar elecciones saludables.
Alrededor de 20 por ciento de las familias han dejado de consumir productos por
tener muchos sellos. Esta medida se implementó ya en otros países
latinoamericanos, como Argentina, Chile, Perú y Uruguay; Brasil y Colombia
tienen iniciativas en proceso, finalizó.
Información Gaceta UNAM