Como si se tratara de una guardia de honor hecha a la medida
para la ocasión, el grupo más selecto de ídolos del pancracio, los inmortales
centinelas de la lucha libre mexicana, como El Santo y Blue
Demon, velan el sueño perpetuo de la fotógrafa Lourdes Grobet.
Dispuestos a través de la duela del Salón Los Ángeles, los míticos
retratos de gran formato que la artista tomó de los luchadores, parte de una de
sus series más icónicas, han sido alineados para conducir a los deudos hacia el
fondo de la pista, donde un altar estrafalario, cálido e irreverente celebra
una vida con esos mismos adjetivos.
«En realidad lo que estamos celebrando no es la muerte de mi madre, sino
la vida de mi madre y nos parece que este lugar es digno de eso: de
celebración», declara Ximena Pérez Grobet, artista visual e
hija de la fotógrafa fallecida el pasado 15 de julio.
El lugar para velarla, por festivo, es inmejorable: al compás del son cubano,
rock de los años 60 y algunos boleros, el recinto de la colonia
Guerrero está de gala para recordar a una artista que, como el propio
Salón Los Ángeles, se entendió mejor con los márgenes gozosos de todo aquello
que estaba fuera de la norma.
En el centro del altar, frente a una máscara de El Santo, uno de sus maestros y
sujetos más emblemáticos, las cenizas de Grobet (1940-2022) portan unos lentes
que destellan luces neón que se prenden y se apagan, pareciera, al compás de la
música.
Estar ahí, en compañía de su familia y amigos, entre cervezas y tragos de
mezcal, aunque no fuera su voluntad expresa, sí es, de seguro, lo que ella
hubiera querido.
«La voluntad de su filosofía de vida, de divertirse y de ser libre de
cualquier norma y regla social. Sabemos que era muy irreverente y esto es lo
que a ella le hubiera gustado», expresa su hija.
Sobre el escenario que ha recibido a las más míticas danzoneras y conjuntos de
la noche capitalina, un retrato a gran escala de Blue Demon, en elegante traje
blanco, se acompaña de otros luchadores cariñosamente retratados por Grobet, y
que la editora Deborah Holtz, quien publicó con Trilce Ediciones el libro
Espectacular de Lucha Libre, llevó para despedir a la fotógrafa.
Entre las fotografías personales y profesionales dispuestas en el altar, un
objeto destaca: una escultura-objeto del artista Ricardo Lozano, construida en
un viejo salterio sin cuerdas, donde coloca algunos de los emblemas de Grobet a
manera de homenaje.
Además de los infaltables luchadores de juguete, hay otros mini objetos que la
retratan: una camarita de plástico, un hombrecito de Vitruvio que recuerda su
pieza Prometeo Unisex y una miniatura de uno de sus Paisajes pintados,
intervenciones de color en la intemperie.
También, una artesanía de un jaguar que representa al Laboratorio de Teatro
Campesino e Indígena (LTCI), que Grobet retrató durante más de tres décadas, y
una pequeña criatura mítica que mucho tenía que ver con su disposición para la
aventura.
«A ella siempre la cuidaba un vampiro de la guarda. Siempre hacía
referencia a su vampiro», recuerda el compositor Juan Cristóbal Pérez
Grobet, su hijo.
En una mesita junto al escenario, una foto de Grobet sonriente, en el gélido
clima del Estrecho de Bering, muestra una de de las tareas más difíciles para
su vampiro de la guarda, pues, como uno de sus proyectos más entrañables,
Equilibrio y resistencia, documentó la vida en esa zona enrarecida por la
Guerra Fría.
De acuerdo con su hijo, este año será enviado a concursar a festivales un nuevo
documental que narra la epopeya de Grobet por reunir a una familia separada por
las islas Diómedes, que entre sí tienen 6 kilómetros de distancia, pero que
pertenecen a Rusia y a Alaska.
«Era una artista capaz de lograr imposibles. Parecería muy solitaria, pero
todos teníamos un recuerdo de vida con ella, siempre, siempre te dejaba algo
único», expuso la Secretaria de Cultura, Alejandra Frausto, a su llegada
al Salón Los Ángeles.
«El despedirla aquí es honrar su vida, es honrar a alguien que gozó la
vida, que supo mostrar esos mundos que antes no estaban reconocidos en el mundo
del canon del arte, y mostrar la belleza desde esos lugares poco
probables», celebró la funcionaria.
Seis días antes de su fallecimiento, Grobet recibió la Medalla Bellas Artes y
se inauguró una exposición con sus fotografías del LTCI en el Complejo Cultural
Los Pinos, apenas a tiempo para honrar su vida extraordinaria.
Flanqueada por sus luchadores, entre brindis de mezcal y arropada por los
emblemas de su trabajo irreverente y lúdico, Lourdes Grobet, cuya urna portó
unos lentes neón de celebración, fue recordada con una fiesta a la altura de su
vida desparpajada.