El cambio climático y los desajustes que provoca en el medio
ambiente amenazan no sólo a la vida del planeta, sino
incluso a la memoria de la humanidad, cuyos acervos requieren estrictos
controles de temperatura y humedad para preservarse, y que no siempre se
cumplen a cabalidad, advierte la restauradora Norma García Huerta.
Un tema que llama a atender en un contexto de recortes
presupuestales, ponderando la prevención antes que la restauración.
Lo anterior, señala en
entrevista, implica invertir una mayor cantidad de recursos para mantener los
microclimas en las óptimas condiciones que requieren los legados, sobre todos
archivísticos.
«Específicamente,
los archivos son materiales que pasan por las manos de muchas personas, al
igual que los billetes, y es muy común encontrar patógenos en libros y
documentos antiguos; hongos, sobre todo.
«Estos
son muy resistentes y liberan esporas, las cuales -vamos a decir burdamente-
son las semillas de los hongos y se
quedan en estado latente. Entonces, cuando se presentan estos cambios de
humedad y de temperatura, los hongos y las esporas se encuentran en situaciones
favorables y comienzan a proliferar», explica la especialista.
Sucede con
cualquier modificación que les resulte favorable, producida o no por el cambio
climático, aclara.
Además, el
personal o los investigadores que consulten y manipulen estos documentos pueden
contraer una infección, previene García Huerta, y aunque estos materiales
pueden padecer también ataques de insectos, roedores, virus, bacterias u otros
patógenos microscópicos, los hongos resultan particularmente difíciles de
combatir por su capacidad de reproducción y porque pueden permanecer en estado
latente, incluso, por siglos.
A pesar de
su propagación, no siempre se detectan con prontitud, contrasta la restauradora
de bienes muebles e inmuebles del patrimonio cultural.
«Solamente
una muy buena supervisión puede notarlos, o se hacen visibles en casos muy
evidentes. Los libros, por ejemplo, suelen permanecer cerrados uno junto a
otro, y a veces no te enteras de la infestación hasta que los mueves».
La experta
recomienda que los propietarios o custodios de archivos o acervos
bibliográficos revisen periódicamente los materiales y efectúen labores de
mantenimiento programado para actuar a tiempo en caso de requerirse.
«No
solamente una revisión de los acervos, sino por ejemplo de los aires
acondicionados y de todos los aparatos que se utilizan para hacer las
mediciones de temperatura y humedad».
En caso de
no disponer de estos instrumentos, García Huerta sugiere observar con cuidado
los libros, documentos u otros objetos compuestos de material orgánico, como
los textiles, la madera o la piel para descubrir a tiempo un ataque de hongos.
«Porque
comienzan a comerse el sustrato, hasta que degradan, rompen y deshacen los
materiales, y la gente que está a cargo de estos archivos o acervos, no
necesariamente documentales, se da cuenta cuando ya es tarde o cuando está muy
avanzada la infestación», señala.
Si bien
existen acervos atendidos por especialistas en restauración, los bienes
culturales que resguarda el País, en los museos por ejemplo, reclaman una mayor
cantidad de personal que, sin embargo, no siempre se le contrata.
La
alternativa, enfatiza García Huerta, es prevenir y conservar, en lugar de
restaurar, sobre todo ante los recortes al sector por parte de la Federación y,
en general, por la crisis económica agudizada por la pandemia de Covid-19.
Si la
prevención no es suficiente, instituciones como la Coordinación Nacional de
Conservación del Patrimonio Cultural (CNCPC) ofrecen asesoría cuando se trata
de bienes culturales.
Esta
instancia del INAH recuerda que la
restauración es una labor profesional que debe realizarse por restauradores
titulados.
ATACAN BICHOS CON
NANOTECNOLOGÍA
En la tarea
de la prevención, la nanotecnología aplicada
al patrimonio ha resultado una aliada, señala García Huerta.
A partir de
una nanobiomolécula inventada y desarrollada por los hermanos Gabriela y Sergio
León Gutiérrez, y aplicada en un primer momento a la desinfección de ambientes
hospitalarios, la firma Éviter creó productos de desinfección para bienes
patrimoniales, tanto muebles como documentales, con base en cítricos, adoptados
ya por especialistas del INAH porque no son tóxicos.
«Estos
productos no solamente son importantes para el tema de desinfección de bienes
culturales, sino también para la protección de los mismos restauradores o
usuarios, como en el caso de las bibliotecas o de los historiadores que
estudian los archivos», indica la restauradora.
En
dependencias del INAH, como la CNCPC, y en
bibliotecas estatales, como la Palafoxiana de Puebla, así como en talleres de
restauración privados y en museos, ya han recurrido a esta opción para limpieza
de documentos y desinfección, entre otras labores.
Cuando las
obras culturales, acervos o materiales documentales han sido infestados por
microorganismos, se deben poner en cuarentena y desinfectarse, señala García
Huerta.
O bien,
para casos de exhibición, se utilizan condiciones más controladas, con menos
iluminación o dentro de cámaras provistas de gases inertes, como se ha hecho,
por ejemplo, al exponer la Declaración de Independencia de los Estados Unidos o
las momias egipcias.
«Habrá
objetos», añade la especialista, «en los que se debe tener particular
esmero en cómo se exhiben, y muchos otras no podrán estar en contacto con el
público».