Es junio de 1982 y un robot colosal, animado, aparece en el
horizonte.
La llamada Guerra de Líbano se ha desatado, y aviones
israelíes y de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) combaten
en los cielos. Hay pánico por doquier. Niños miran la batalla, entre asombrados
y aterrorizados, tras las ventanillas de un autobús escolar: necesitan
protección, aunque sea imaginaria.
La mágica y poderosa escena, que conjuga animación con acción real, ocurre en
1982: El Año que Cambió el Líbano, de Oualid Mouaness.
El realizador primerizo aspiraba, sí, a hacer una película cuyo paisaje fuera
el conflicto árabe-israelí, pero que careciera de los clichés del cine de Medio
Oriente.
«El robot es un sentimiento, representa la verdad, la esperanza, es el
rechazo a la guerra. Tiene muchas capas. Cuando los espectadores ven el robot,
adquiere un significado personal para ellos. El robot era un regalo necesario
para la imaginación. En la escena, la tensión es tan alta que el robot es
liberador.
«En los 80, había una serie animada, Grendizer, que me encantaba. Era muy
interesante porque era sobre un robot protector del planeta. Lo veía
religiosamente», explica en entrevista Mouaness.
La mirada de Mouaness a la Guerra es original y tiene todo el sentido. El
largometraje, postulación de Líbano a los Premios Óscar, estira sus raíces
hasta lo autiobiográfico.
Wissam (Mohamed Dalli), el protagonista del filme, es un niño de 11 años enamorado
de su compañera Joanna (Gia Mado). Con notas románticas y dibujos, busca
conquistarla el último día de clases, en medio de los exámenes finales… justo
el día en que Israel invadió Líbano para someter a la OLP.
El realizador, productor de videos musicales para figuras que van desde David
Bowie hasta Lana del Rey, también se metía en problemas cuando enviaba cartas a
otras niñas. Y recuerda vívidamente ese 6 de junio en que una generación perdió
la inocencia.
Las explosiones se sentían cada vez más cercanas y con más frecuencia.
Vehículos militares desfilaban apresurados frente al colegio. Reportes radiales
hablaban de embotellamientos por personas que huían hacia zonas seguras.
La maestra de la clase, Yasmine (la superestrella árabe Nadine Labaki), sigue
otra línea narrativa. Hay una lucha interna dentro de ella, pues un hermano
suyo forma parte de las milicias, pero debe calmar llantos infantiles y hacer
creer que todo está bien.
«La película está hecha de mis recuerdos de esa jornada. De hecho, quise
filmarla en la misma escuela a la que yo iba. Para mí era revisitar esos hechos
que jamás me han abandonado. Luego de ese día, jamás volví a ese colegio.
«Muchos de los detalles y las sensaciones son mías. Son recreaciones. El
rodaje fue muy emocional para mí y muchas personas, porque nos dimos cuenta
cuán cerca de casa pasó todo».
«Eye in the Sky», canción de The Alan Parsons Project, suena
brevemente en la película y estalla a plenitud en los créditos finales. Lanzada
en mayo del 82, antes del inicio de la Guerra, ha sido interpretado de muchas
maneras, pero ese ojo vigilante en el cielo puede ser el robot.
«Podría haber acabado el filme sólo con banda sonora, pero habría sido
depresivo. La película ya era muy pesada, así que me dije: con la canción
quiero que la audiencia se sienta de manera distinta, algo de luz.
«Creo que te pone a pensar. El espectador dice: ‘¿qué acabo de ver?, ¿qué
debo sentir?'».