Juana
I de Castilla, hija de los Reyes Católicos, murió en 1555 tras casi medio siglo
de confinamiento en el Castillo de Tordesillas, declarada incapaz para
gobernar, y cuya decisión de trasladar los restos de su marido Felipe El
Hermoso, de Burgos a Granada, fue interpretado como otro signo de su locura.
Un personaje que la soprano María Katzarava (México, 1984) busca reivindicar a
través de la ópera Juana sin cielo, de Alberto Demestres. Piensa
incluso en ella como una heroína y se resiste a llamarla por su extendido
sobrenombre: Juana La Loca.
En entrevista, la cantante, quien encarnará el rol el 22 de mayo en el Palacio
de Bellas Artes, reprueba que pasara tristemente a la historia, y la describe
como una mujer «muy avanzada para su época, sabia, culta y madura».
Acusa maltrato de su padre, el Rey Fernando, y su hijo Carlos, quien buscó
arrebatarle el poder, así como de Felipe El Hermoso y el Cardenal Francisco
Jiménez de Cisneros.
Tenía una inteligencia que incomodaba, señala Katzarava, y quisieron eliminarla
al recluirla en Tordesillas.
Demestres, compositor catalán, escribió Juana sin cielo para
la voz de Katzarava, encantado al escucharla en el rol de Liù de la ópera Turandot de
Giacomo Puccini en el Festival Castell de Peralada, hace 6 años.
Se dedicó a estudiar las presentaciones de la mexicana; sus grabaciones, sus
extremos vocales y enterarse de sus gustos. El proceso de escritura que demoró
alrededor de un año, a lo largo del cual ambos mantuvieron comunicación.
Demestres le preguntaba, por ejemplo, si tal o cual frase le resultaba cómoda.
«No hubo una sola frase que yo le dijera que la sentía incómoda».
El resultado es una ópera retadora tanto en lo vocal como en lo musical con
Katzarava como única solista, pero «de cara al público es preciosa»,
dice la soprano, con dominio del repertorio de Giuseppe Verdi. «Es la
ópera más hermosa que yo he cantado».
El propio compositor dirigirá el estreno americano este 22 de mayo a las 17:00
horas en el Palacio de Bellas Artes en la primera de cuatro funciones de la
Compañía Nacional de Ópera, para repetir martes 24, jueves 26 y domingo 29.
Juana sin cielo se sitúa cuando Juana La Loca acaba de morir y
nadie de la familia real acude su austero funeral. Es su espíritu quien habla
mientras el coro da voz a las ánimas del Purgatorio, como a sus «ideas y
pesadillas».
«Se convierte en un monólogo muy intenso, fuerte», subraya Katzarava,
quien triunfó con el estreno mundial de la pieza durante la temporada de la
Orquesta de Granada, en 2019, que comisionó la escritura.
Una ópera que no sólo reivindica a Juana, sino también «a la mujer».
En este montaje contemporáneo aparecen tres Juanas: Juana niña y Juana joven,
encarnadas por dos actrices, y la Juana de la soprano, además del padre, el
hijo y el Cardenal Cisneros.
La dirección de escena de Diego del Río le ha permitido a Katzarava trabajar
muchos colores y matices. «Narrar la historia de Juana es muy
complejo».
Después de Juana sin cielo, la ópera La voix humaine de
Francis Poulenc, también para un solo personaje, le parece un «paseo en el
parque», dice la mexicana. La obra de Demestres supone el doble de
duración.
‘YA
NO TENGO PRISA’
Juana sin cielo lleva una carga personal para Katzarava, pues
representa la celebración de 20 años de carrera, y a la vez rinde tributo a la
madre de la soprano, la violinista Velia Hernández, fallecida de forma
repentina el pasado 2 de abril.
La soprano estaba enfrascada en los ensayos de la ópera cuando murió, volviéndose
«más difícil cantar».
Presa de las emociones, se le cerraba la garganta y se preguntaba si podría
cantar, porque sentía ganas de llorar a todas horas.
«He convertido el canto en un bálsamo para mi voz y mi estado de
ánimo», dice Katzarava, quien decidió dar el nombre de su madre a la beca
que otorga para cantantes.
Con 20 años de carrera, la soprano evoca sus pasos.
Movida por el interés de conocer Barcelona, Katzarava se anotó a la competencia
internacional Francisco Viñas; era la concursante más joven y consiguió llegar
a la final. Recibió el premio de manos de una leyenda de la ópera, el tenor
italiano Carlo Bergonzi.
La soprano recuerda ese triunfo como la «palmadita de la suerte», la
confirmación de su valía que despejó sus dudas sobre si seguir o no una carrera
en el canto.
Por mucho tiempo consideró estudiar medicina; incluso aplicó al examen de la
UNAM y fue aceptada. Cuando les comunicó la noticia a sus padres, ambos
violinistas, pusieron el grito en el cielo; le dijeron, muy en serio, que cómo
iba a estudiar medicina cuando llevaba 15 años en la música, y que, como
médica, se iba a morir de hambre.
Con actuaciones en escenarios tan importantes como La Scala de Milán, el Covent
Garden de Londres y el Liceu de Barcelona, ha abordado en estas dos décadas de
carrera unos 40 roles desde su primer papel como solista en La serva
padrona, de Giovanni Battista Pergolesi, cuando aún no cumplía los 20 años
de edad.
Como una joven promesa, debutó a los 20 en Bellas Artes con el papel de
Stéphano en Romeo y Julieta, de Charles Gounod, junto a voces como
Rolando Villazón y Anna Netrebko. Y después vendría el triunfo en Operalia en
2008.
Además de su exitosa trayectoria, Katzarava ha podido cumplir a través del
canto una de sus mayores pasiones en la vida: viajar. Ha aprendido a pilotear
un avión y es una apasionada del cine de terror.
Cuando mira atrás el balance es positivo; se ha hecho de un bagaje de
«cultura, música y vida» para poder abordar roles más complejos.
«Hoy no tengo prisa de llegar a ningún lado».
Y, sin embargo, la soprano verdiana tiene la mira puesta en un nuevo rol: Lady
Macbeth, dispuesta a disfrutarlo. «La vida ha sido bondadosa».