Complacido tras la buena recepción de su primer libro, Los
días enmascarados (1954), agotados sus primeros 500 ejemplares en
una feria del libro por el Monumento a la Revolución, Carlos Fuentes recibió un
consejo de su profesor de derecho, don Manuel Pedroso.
«No te vayas a creer un escritor gracias a tu pequeño éxito», le
dijo, según recordó este domingo el novelista Hernán Lara Zavala. «No te
vayas a dormir en tus laureles».
Evidentemente, no sólo no lo hizo, sino que tal consejo se
convirtió en una de las constantes de su carrera literaria, una de las más
importantes de este País e incluso más allá de sus fronteras.
«Jamás se durmió en sus laureles», refrendó Lara Zavala durante el
homenaje por el décimo aniversario luctuoso de Fuentes, realizado en la Sala
Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, entre familiares, amigos y colegas
reunidos.
«Hoy es 15 de mayo y se cumplen 10 años de ausencia de uno de los
escritores, intelectuales y diplomáticos más prolíficos, más cosmopolitas que
ha dado México: Carlos Fuentes», inició el acto la titular del INBA,
Lucina Jiménez.
Una ocasión, dijo la funcionaria, para hacer un recordatorio de su obra, de su
trayectoria, pero sobre todo para impulsar la memoria de su obra como una obra
vigente, «absolutamente contemporánea».
«Su pensamiento intelectual es más que vigente a través de una pluma
fecunda y audaz, a través de la cual él volvió novela, relato, cuento, todos
aquellos dilemas asombrosos que construyeron el México del siglo 20. Todos los
dilemas que acompañaron la modernidad de México, pero también los claroscuros
de una sociedad compleja, rica en experiencias», expuso Jiménez.
«Carlos logró combinar la fuerza de voluntad y la fortuna del talento para
adentrarse como escritor de férrea determinación a lo profundo del alma
mexicana», estimaría, por su parte, Lara Zavala, para quien Fuentes
irrumpió como un fenómeno sin precedentes en la literatura mexicana.
Entre su influencia formativa, enlistó Lara Zavala, estuvieron figuras como
Honoré de Balzac o Miguel de Cervantes, así como Juan Rulfo, Juan José Arreola,
Octavio Paz y Alfonso Reyes, este último el gran mentor que además sugiriera a
Fuentes estudiar derecho, aunque uno de los que no recibieron de la mejor
manera su segundo libro: La región más transparente (1958).
«(Esta novela) desconcertó, molestó, desilusionó y entusiasmó a los
lectores, por su carácter complejo; el audaz tratamiento repleto de personajes
disímbolos de la sociedad mexicana, con un ritmo vertiginoso y una desmedida
ambición histórica y literaria», detalló Lara Zavala.
«Pero se erigió como la primera novela realmente urbana en nuestras
letras», añadió, refiriendo que si bien ya existían algunas precursoras,
como Santa, de Federico Gamboa, o La sombra del Caudillo,
de Martín Luis Guzmán, no tenían el «afán totalizador que Fuentes se
propuso.
Tras esta segunda obra, se sucederían de manera firme y sabia todas las del
corpus de Fuentes: Las buenas conciencias, La muerte de
Artemio Cruz, Aura, Agua quemada, y varias
más, evocadas entre retratos del autor -algunos tomados por Rogelio Cuéllar,
presente en el homenaje- y en presencia de su viuda, Silvia Lemus, cuyos
esfuerzos por seguir promoviendo tal legado fueron también reconocidos.
Toda una trayectoria en buena medida dedicada a la indagación sobre «la
dudosa identidad de México en cuanto País», definiría Lara Zavala,
acompañado por figuras como Alberto Vital, Florence Olivier y Javier
Garciadiego.
«Nadie como Carlos Fuentes logró comunicar la importancia de la diversidad
como nutriente imprescindible de lo colectivo mexicano, y colocarnos frente a
ese espejo donde podemos mirarnos influidos por diversas culturas, no sólo
aquella que derivó de la Conquista», expresó Jiménez.
«(Fuentes) subrayó la importancia de otras culturas que nutren las
esencias mexicanas. En ese sentido, su espejo enterrado (en referencia al
ensayo homónimo) nos coloca frente a ese juego de improntas que son frutos de
una larga historia de intercambios donde se encuentra la fertilidad de la
cultura mexicana».
Como el propio Fuentes lo dijera en Nuevo tiempo mexicano, citado
por Lara Zavala: «Conquistemos la diversidad política, religiosa, sexual,
cultural. Pasemos de la identidad o diversidad por vía del respeto y superemos
la epopeya de los vencidos».