Cd. de México, 8 mayo 2022.- Hablar de Dolores Castro entraña un reto doble para el poeta Javier
Peñalosa: por un lado, destacar el vasto legado de una escritora fundamental
para la literatura mexicana y, por el otro, recordar a su abuela.
En el homenaje que se realizó este sábado a Castro, fallecida el
pasado 30 de marzo casi a los 99 años, el público de la Sala Principal del
Palacio de Bellas Artes agradeció con aplausos que Peñalosa decidiera combinar
ambas facetas al traerla a la memoria.
«Nunca olvidaré y, probablemente, nunca me cansaré de repetir lo que
alguna vez me dijo: ‘Javierito, está la poesía que uno hace, la poesía que uno
escribe y la poesía que uno es, y ésa es la más importante'», recordó el
consejo de su abuela.
La poesía que fue Dolores Castro, que todavía es, fue así contada desde muy
diversos enfoques por colegas, como Coral Bracho y David Huerta, que celebraron
su vida y obra.
«Su poesía es la de la sagrada existencia y es expansiva, y es cálida, y
es amorosa», sintetizó Peñalosa, quien invitó a su padre, Javier, a que
subiera al escenario a dar unas palabras sobre Castro.
Como uno de los siete hijos de la poeta, Javier Peñalosa padre destacó la forma
en la que su madre logró compaginar una vida dedicada a la literatura, tanto en
la escritura como en la enseñanza, con una intensa y amorosa vida familiar.
«Dolores Castro fue un ejemplo de vida que cumplió exponencialmente con
las expectativas de realización de acuerdo con las cuáles, para trascender, uno
ha de tener un hijo, escribir un libro y sembrar un árbol.
«Ella no tuvo un hijo, sino siete; escribió al menos 14 libros, y sembró
21 árboles. Ahí hay que sumar, porque forman parte de tal listado, que ha
tenido miles de alumnos a los que acompañó más allá de todo ciclo escolar o
curso», celebró Javier Peñalosa padre.
En su intervención, la poeta Coral Bracho definió a Castro como una escritora
que lograba adentrar al lector en el diálogo que ella misma tenía con su
entorno, como en los poemas en los que describe el paisaje zacatecano de su
infancia.
«Dolores Castro fue una persona única, siempre abierta, profundamente
inteligente y sensible, generosa y vital, íntegra en el más hondo sentido de la
palabra y dueña de una inusitada capacidad creativa», celebró Bracho.
La investigadora y académica Gloria Vergara, por otro lado, recordó que Castro
pertenece a un grupo de poetas conocidos como «El Grupo de los Ocho»,
junto con su gran amiga Rosario Castellanos y poetas como Honorato Ignacio
Magaloni, Efrén Hernández, Octavio Novaro, Roberto Cabral del Hoyo y Alejandro
Avilés.
Un grupo que, expuso, si bien fue soslayado en su momento por su indagación en
la poesía católica, terminó por convertirse en un referente por su calidad
poética.
«La obra de Dolores Castro es fundamental en el desarrollo literario de
las mujeres en México. Así como era ella, silenciosa, pero clara, decidida,
rompió, como muchas otras, estándares de la crítica canónica», detalló
Vergara.
La escritora Marianne Toussaint se refirió, precisamente, a la estatura que
Castro ha alcanzado en el panorama literario de México.
«Estamos ante un personaje que se convierte en un referente, pero es un
personaje casi mítico», enalteció Toussaint.
A decir suyo, la poesía de «Lolita» Castro ya prefiguraba, desde muy
temprano, los temas que iría desarrollando a lo largo de su vida, como puede
verse en su poema de juventud «El corazón transfigurado».
«Fue el inicio impactante de una fuerza que nunca perdió su poesía. En ‘El
corazón transfigurado’ se dibujan las temáticas que recorrerían toda su obra:
el tiempo, la muerte, el vuelo y, más tarde, el amor terreno, una combinación
de gozo y sufrimiento ante la plenitud que da la experiencia humana»,
definió también.
Carlos Reyes, director del Instituto Cultural de de Aguascalientes, la denominó
como hija predilecta del estado en el que nació, y participó en la lectura de
versos de Castro provenientes de libros como Cantares de vela y Algo le duele al aire.
El poeta David Huerta recordó con cariño algunos de sus encuentros y trajo a la
memoria el soneto anónimo que comienza con «No me mueve, mi Dios, para
quererte», que, según dijo, Castro le ayudó a comprender del todo.
«Es un poema del amor desinteresado a Dios; un amor desinteresado quiere
decir un amor que se siente sin temor al castigo y sin tener esperanza de la
recompensa», explicó.
Esto le trajo a la memoria un texto de Jean de Joinville, cronista de las
Cruzadas, que relata el encuentro de un párroco con una mujer vestida de blanco
con un braserillo «para quemar el Paraíso» y un cuenco lleno de agua
«para apagar el infierno».
«Yo veo con asombro solamente a Dolores Castro llevando esos objetos, el
braserillo y ese jarro de agua, para que surja, resplandeciente, como debe ser,
y como está en su poesía, el amor desinteresado, el amor puro»,
reflexionó.
A petición de la directora del INBA, Lucina Jiménez, el público de Bellas
Artes, compuesto por la familia de Dolores Castro, sus amigos y colegas, y sus
innumerables alumnos, despidieron a la poeta con un aplauso de pie.