Era bien conocida en la Plaza de Garibaldi por
güera y cantar recio, tan guapa que concursó en Miss México en 1978, pero el
destino de Dulce se torció cuando habría sido secuestrada por el mánager de la
banda musical en la que cantaba.
Él se la llevó al norte del País, la metió a la trata de personas y se volvió
adicta a las sustancias. Logró escapar después de un año, regresando a casa de
sus padres a los 19 años, hecha pedazos: además de las adicciones, mostraba
atisbos de una esquizofrenia que luego se agravaría.
Tuvo seis hijos con diferentes parejas y terminó
viviendo en situación de calle, manteniéndose, siempre, de la cantada. Por el
rumbo del mercado de Portales, era conocida por sus poderes
«sobrenaturales» y su voz ronca, la misma que heredó su hijo, el
coreógrafo y bailarín Raúl Tamez.
Una madre de la que fue apartado cuando tenía un año.
Dulce, recuerda en entrevista el coreógrafo, tenía episodios violentos; un día,
con él muy pequeño en brazos, cruzó el Eje Central con el semáforo en verde, y
a otra de sus hijas trató de asesinarla en una fuente.
Volvió cuando él, entonces de tres años, fue bautizado, para luego desaparecer
nuevamente.
Su padre nunca pudo recuperarse de la depresión y se volvió alcohólico, así que
no había apoyo emocional de su parte. Una tía se hizo cargo del pequeño Raúl y
se crió con ella en Iztapalapa.
Tamez cuenta la historia de su madre desaparecida en City Quiero, que estrenará el 28 y 29 de abril a las
20:30 horas en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris como parte del Día
Internacional de la Danza.
Vierte en esta nueva pieza, íntima y a la vez colectiva, el contacto con el
baile social en Iztapalapa donde creció, y para la cual convocó a 50 bailadores
sociales, voluntarios, a quienes se les unieron cuatro profesionales de La
Infinita Compañía, fundada por el coreógrafo, y quienes sirven de apoyo.
El grupo encarna los episodios vividos por Dulce, mientras que el bolerista
Rodrigo de la Cadena, quien compuso música original para la puesta, funge como
narrador.
Tamez compartió su historia con aficionados al baile de Ecatepec, Tepito e
Iztapalapa; personas cis y trans, de 17 a 67 años, entre los que se
encontraban personas que habían tenido que trabajar en la prostitución o en
los table dance.
«Sus historias a veces son similares a las de Dulce», cuenta el
coreógrafo. «La pieza demuestra que la performatividad está en todos
lados, no sólo en los sitios legitimados».
La esquizofrenia de su madre se representa en un par de escenas; Tamez trabaja
el padecimiento con sus intérpretes tanto en la voz y el texto, y, por
supuesto, el cuerpo.
Todo en función de la dramaturgia de una historia que sus intérpretes utilizan
para crear a sus propios personajes y entrar en ficción, para representar los
distintos estados en los que estuvo Dulce: la drogadicción, la situación de
calle, la prostitución y la trata.
«Pero también en la magia. Dulce era muy conocida en Garibaldi; le decían
‘La Güera» y «La Cantarrecio’. Tenía una voz muy potente», evoca
el coreógrafo. Una voz que emulaba a la de Lucha Villa y, al final de sus días,
a la de Chavela Vargas.
Esa voz ronca que cuando la lideresa de la basura en la Portales escuchó a
Tamez, metido en la búsqueda de su madre, sin siquiera alzar la vista, exclamó:
«Es el hijo de mi ‘Güera'», y con un chiflido llamó a los demás para
que fueran a conocerlo.
La danza supone un proceso sanador sobre esta historia para el coreógrafo.
«Es un elemento rescatador en todos los sentidos, me ayuda a sublimar este
tipo de circunstancias; es mi profesión, donde desfogo toda la energía
contenida. Sí, es (una obra) autobiográfica, pero también un espejo para que
otras personas busquen respuestas o se identifiquen, que seguramente les va a
detonar otras historias personales».
La pieza está construida en 12 escenas de las cuales siete son improvisadas a
partir de la dramaturgia, que parte de lo terrible hasta suavizarse para llegar
a la magia.
Tamez incorpora en ella la «energía» de los salones de baile, el
mundo nocturno de arrabal y las fiestas de barrio.
En una obra anterior, de 2015, Clash, esbozó la
relación de un hijo con una madre que padece una enfermedad mental.
«Sabía que esto sería un antecedente hasta que me atreviera a abordarlo
todo con más contundencia», explica.
Y pudo hacerlo ahora, al haber encontrado a otros tres hijos de Dulce, sus
medios hermanos; una de ellas radicada en Mérida.
Con City Quiero, Tamez cierra el capítulo. Una pieza que
entraña su incesante lucha por encontrarla, aunque no la abandona.
LA INCESANTE BÚSQUEDA
Desde hace una década, Tamez busca a Dulce, su madre.
Ha recorrido el Servicio Médico Forense (Semefo) y hasta pagó una mordida para
que en el antiguo Instituto Federal Electoral (IFE) buscara su registro en el
padrón electoral.
Fue a la calle donde vivía, en la Colonia Portales, atrás del mercado, donde lo
trataron con mucho respeto al tratarse del hijo de Dulce, «La Güera»;
el sitio donde se le perdió el rastro
Cuando Tamez conoció a su abuela, Gudelia Herrejón, se enteró de que apenas
medio año antes había sido vista. «Llegué tarde. Si hubiera llegado seis
meses antes», dice.
Durante sus pesquisas, averiguó que el mánager que la secuestró estuvo preso,
pero por lavado de dinero, no por el secuestro de su madre.
Tampoco tenía 18 años cuando se inscribió a Señorita México, como se pensaba;
era una menor de 16 años.
Desde el 6 de marzo de 2013 hay un reporte del Centro de Apoyo a Personas
Extraviadas y Ausentes (CAPEA), que emitió una alerta de búsqueda para
encontrarla: Dulce María Guadalupe Carrillo Herrejón, entonces de 53 años, pelo
y ojos castaños, delgada y 1.60 metros de estatura, con una cicatriz en el
vientre y otra en el tobillo.
En el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, anticipa, serán colocados letreros de
«Se busca» con su imagen.
Una búsqueda que Tamez comenzó cuando tenía 15 años y que bloqueó por un
tiempo, para reanudarla a los 24.
«Llevo diez años reconstruyendo el rompecabezas»