Al artista Pepx Romero le tomó
una hora besar y lamer 30 piezas del Museo Nacional de Antropología, acompañado
por tres personas que le ayudaron a burlar a la seguridad del recinto.
Fue, reconoce el director del museo, Antonio
Saborit, una operación concertada, llevada a cabo con éxito el pasado 31 de
marzo, entre las 12:28 y las 13:27 horas, que no levantó ninguna alarma hasta
dos días después, cuando la grabación del performance de Romero se presentó en
el festival Ceremonia, para luego saltar a las redes sociales.
«Ésta fue, en efecto, una
acción concertada. Se propusieron cuatro personas hacer lo que hicieron, pero
si hubieran planteado otro ejercicio, un ejercicio de daño objetivo, explícito,
sobre los objetos, te puedo asegurar que no habrían llegado muy lejos»,
aseguró el funcionario al respecto en conferencia de prensa.
El director del INAH, Diego Prieto, llegó incluso
más lejos en su espaldarazo a los mecanismos de seguridad del recinto: «No
hubo fallas en el sistema de seguridad, porque no estuvimos frente a un
comportamiento de daño», zanjó.
Lo cierto es que, aunque ambos directivos aseguran
que los videos del Performance están editados para verse más lentos, para
destacar las acciones sobre el patrimonio nacional, los besos y lengüetazos que
Romero plantó a las piezas son innegables y nadie se percató, ni mucho menos lo
detuvo.
A casi una semana del performance, el artista
habría podido volver a hacerlo sin problemas.
A las 14:00 horas de ayer, en la Sala de las
Culturas de la Costa del Golfo, la escultura «El Mono», proveniente
de La Venta, Tabasco, permanece invisible para los ojos de los dos vigilantes
que, trabajosamente, abarcan el amplio espacio de exhibiciones.
Entre cada rondín que hacen, cualquier visitante
que pasara por ahí con ganas de besar al ídolo olmeca, tallado entre el 1200 y
el 600 a.C., hubiera podido hacerlo con cierta soltura.
Romero y sus tres acompañantes se las arreglaron
así, toreando a los guardias, para lograr el fragmento de video en el que
«El Mono» es besado no una, sino dos veces, con absoluta libertad.
De acuerdo con Saborit, cada día hay 65 elementos
de la Policía Auxiliar de la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la CDMX
repartidos por el Museo Nacional de Antropología.
Son una fuerza disuasiva y de respuesta que, en
números a todas luces desventajosos, deben proteger a la joya de la corona del
INAH, cuyas salas arqueológicas acumulan más de 8 mil piezas.
En la Sala Teotihuacana, por ejemplo, una
escultura a la que Romero propinó cuatro lengüetazos bien dados puede
permanecer desatendida por más de 10 minutos, en lo que uno de los dos guardias
logra dar una vuelta completa al área a su cargo.
Para el visitante, además, actualmente resulta
imposible poder nombrar esa pieza porque, días antes, un niño en un grupo
escolar le arrancó la ficha que la identifica, según reconoció personal del
recinto.
Sala tras sala, en un recorrido en busca de las
cinco piezas que se muestran en el video del performance de Romero, compartido
por la cuenta de divulgación Obras de Arte Comentadas, la situación es la
misma: apenas dos o tres policías que no se dan abasto.
De acuerdo con el titular del INAH, la dependencia
destina 180 millones de pesos anuales en el rubro de vigilancia y 300 millones
de pesos para asegurar las piezas, en lo que asciende a un octavo de su
presupuesto total.
Dinero que, asegura, está bien invertido porque
las 30 piezas con las que Romero tuvo contacto no fueron dañadas de ninguna
manera.
«El hecho real, insisto, es que no hubo daño
al patrimonio; hubo una falta. Y que haya faltas es un poco difícil de evitar,
faltas de cualquier tipo, insultos, puede haber distintas acciones que en algún
momento dado faltan a la dignidad, al cuidado del patrimonio», justificó
Prieto.
«Les aseguro que lo que estamos ciertos es
que tenemos el dispositivo para que no haya daños; en este caso, no los
hubo», insistió.
Por ello, no se emprenderán acciones penales
contra Romero, quien, al no dañar las piezas, no habría incurrido en un delito,
pero que sí recibirá un exhorto a que pague los derechos por poder usar las
imágenes o elimine de toda plataforma sus videos.
En la conferencia de prensa, tanto Prieto como
Saborit son cautelosos en negarle en todo momento el calificativo
«artista» a Pepx Romero y, aunque aseguraron que no es su lugar,
igual opinaron sobre su performance.
«No soy crítico de arte y lo último que
expediría es un certificado de identidad artística a nadie, pero entiendo que
la primera parte del video quería mostrar, provocar repugnancia, y lo logra a
tal grado que el mensaje que trata de ofrecer esta persona se ve completamente
obnubilado por el desbalance gráfico de la primera parte, que en buena medida
es producto de la mesa de edición, por decirlo así», criticó Saborit.
Según ha explicado Romero, su performance se trató
de una forma de protestar contra la venta de patrimonio arqueológico en casas
de subasta de Francia, por lo que, ataviado con una camiseta Chanel y unos
lentes de imitación Yves Saint Laurent, muestra el deseo lúbrico y desmedido
que el patrimonio mexicano le provoca a las élites económicas europeas.
Más allá de este mensaje, que quienes sí son
críticos de arte se encargarán de poner en su sitio, el performance de Pepx
Romero mostró una grieta que las autoridades del Museo Nacional de Antropología
reconocen a medias.
«Lo que nos toca ahora es ser muchísimo más
estrictos con los visitantes, sin que esto suponga que paguen justos por
pecadores. El museo es un espacio amable, es una caja de resonancia, es un
espacio muy importante en la vida de muchos de los que visitan el museo y
queremos que siga siendo eso», concluyó Saborit.
«Tenemos que redoblar nuestros criterios de
lo estricto y procurar que la visita se contenga en los límites donde debe
estar».
Prieto, por otro lado, recordó el robo sufrido por
el Museo Nacional de Antropología en 1985 y aseguró que algo de esa magnitud no
podría repetirse.
«Tenemos sistemas que mundialmente obedecen a
las normas máximas de seguridad que se reforzaron considerablemente después del
terrible incidente de 1985, ya van a ser 40 años de que esto ocurrió, y esto
llevó al Instituto a fortalecer su sistema su seguridad y recientemente se
fortalecieron también, por lo tanto podríamos pensar que tal vez sea el museo
más seguro que existe en este país», declaró.
A la espera de que nada de esto ocurra, al museo
más seguro de México se le adelantó un artista del performance con tres amigos,
esta vez, por fortuna, únicamente para repartir besos y lengüetazos.