10% DE MUJERES PRESAS PODRÍA SALIR LIBRE, PERO LA FALTA DE RECURSOS ALARGA SU RECLUSIÓN

10% DE MUJERES PRESAS PODRÍA SALIR LIBRE, PERO LA FALTA DE RECURSOS ALARGA SU RECLUSIÓN

El 1 de diciembre de 2017, Seiba Pérez, médica veterinaria y maestra en ciencias agropecuarias, salió de su casa a hacer compras para su negocio y ese mismo día terminó en el penal de Chiconautla, Estado de México. Sin entender muy bien qué pasaba y sin saber de qué se le acusaba, pensó que era un malentendido que no pasaría a mayores, pero perdió la libertad por poco más de un año.

Ante la perspectiva de que pudieran ser cinco u ocho años más —y de que volvería a ver a su hijo, que en el momento de su detención tenía cinco años, cuando prácticamente fuera un adolescente—, optó por declararse culpable para que el juez le concediera la pena mínima y el beneficio de pasar los meses que le restaban a su sentencia con un brazalete en su domicilio. 

Como ella, muchas mujeres privadas de su libertad, a pesar de ser inocentes o haber cometido delitos menores, permanecen en la cárcel por falta de recursos legales o económicos: alrededor de un 10% de mujeres internas, tan solo en el penal de Chiconautla, en Ecatepec —donde hay cerca de 300—, podría obtener su libertad por un monto promedio de 8 mil pesos (que es el costo de la reparación más los trámites), de acuerdo con un análisis de la asociación La Cana, que puso en marcha un proyecto para la liberación de mujeres en prisión y en su primer año lo ha logrado en 11 casos.

Según el INEGI (2020), a nivel nacional la población penitenciaria es de 211 mil 154 personas, de las cuales el 5.6% son mujeres. Del total de personas, hasta ese año el 40.9% estaba en la cárcel sin sentencia o con una medida cautelar de internamiento preventivo, 14.4% con sentencia no definitiva y 44.7% con sentencia definitiva. Animal Político publicó que, actualmente, en México cada día se encarcela a 300 personas, y en el caso de las mujeres, ya son mayoría aquellas que permanecen privadas de la libertad sin sentencia.

Aun con las pérdidas económicas y familiares, el apoyo de la asociación fue esencial para la liberación y reinserción de Seiba, porque el sistema judicial es ineficiente desde el momento mismo de la detención, en el que nadie le mostró una orden de aprehensión, y después porque se empieza a pagar una pena sin haber tenido un juicio y en condiciones deplorables, relata. Ahí, recuerda, conoció a mucha gente frustrada por ser inocente, no conocer bien su situación y no tener recursos, herramientas o una familia. 

“La gente está ahí frustrada, enojada con la sociedad, y al final salen peor: enojadas por haber estado dentro de esa manera injusta, y ahora sí salen con ese coraje”, lamenta. 

Después de que finalmente supiera que la acusaban de haber robado dinero y de tener acceso a su expediente, donde había múltiples incongruencias en las supuestas pruebas, el juez accedió a optar por un proceso abreviado, que requería que ella confesara y cumpliera solo unos meses más, además del año que ya había cumplido interna. 

“Te preguntas por qué vas a admitir algo que no hiciste, pero al final no hubo opciones porque mi hijo me necesitaba, mi papá se enfermaba, mi esposo con trabajo y peleándose con abogados, mi hijo con mi papá, mi marido trayendo dinero que ya no alcanzaba, y al final tu familia sufre, tú sufres… hubo muchas noches en que pensé que era mejor ya no estar”, relata Seiba. Esos momentos representaron para ella una inestabilidad jurídica muy complicada a pesar de que siempre había tenido sus papeles en regla.

Finalmente, con el acuerdo de reducción, salió del reclusorio el 16 de enero de 2019, y cumplió el resto de su sentencia hasta el 1 de mayo con un brazalete desde su casa. Mediante La Cana, también tuvo la oportunidad de trabajar desde su domicilio, a partir de la labor que empezó a hacer con ellas en los talleres que imparten dentro de Chiconautla, donde se la pasó “bordando y capacitando, hasta que pasó el tiempo”.

Daniela Ancira, directora de La Cana, explica que el Proyecto Libertad surgió luego de conocer muchas historias como las de Seiba, que revelan los verdaderos motivos por los que las mujeres están en la cárcel, pues en muchas ocasiones lo que se criminaliza es la pobreza: “Son mujeres que no tienen acceso a una defensa adecuada, que no pueden pagar un abogado privado; sabemos que los defensores de oficio están rebasados o quizá no llegan siempre a las últimas instancias, o mujeres que están en la cárcel por delitos menores con una sentencia muy alta”.

Otro caso que conocieron como parte del proyecto fue el de una mujer que estaba con su pareja cuando él robó un celular en el Metro y fue sentenciada a 17 años. Para lograr su liberación, argumentaron ante el juez que ella tenía tres hijas, y al final el impacto sería mayor para su familia y la comunidad. Al igual que con Seiba, lograron que saliera con un brazalete para ser monitoreada, pero en libertad. 

“Son ese tipo de casos en los que consideramos que la cárcel no siempre es la mejor opción para esa persona y para su reinserción social. A partir de que los detectamos, tenemos chavas que no podían salir de la cárcel porque no tenían 2 mil o 3 mil pesos (para acceder a los acuerdos reparatorios)”, dice Ancira. 

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